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Un tipo llamado Luigi (IV)

Sé que nadie esperaba que hubiera una cuarta parte de este asunto después de que ayer me tomara un yogur, pero la verdad es que estoy teniendo algunos sentimientos de compleja gestión después de que algunos investigadores aficionados analizaran la actividad de la cuenta de Luigi en reddit, resumiendo, para intentar ir rápidamente al foco del artículo, señalaré que los padecimientos médicos de este tipo no solo eran dolor crónico no solucionado por una cirugía mayor (ya ahondaré un poco en esto) sino también síndrome de colon irritable, síndrome de nieve visual, un extraño trastorno del sueño al que no sé poner nombre, y niebla mental. Sí, como la del covid, por lo visto ya no era capaz de jugar al ajedrez. Esto último quizá pueda tener alguna relación con su extraña forma de entregarse o con algunas otras cosas, pero por el momento tampoco voy a especular con ello.

Conozco muy cercanamente a personas que han padecido algunos o varios de estos síndromes. No pretendo ponerlos en orden, algo para lo que supongo que hace falta alguien como Luigi, que los conozca juntos. Tampoco pretendo compararlos con la esclerosis múltiple, o con una alteración hormonal química permanente. Simplemente voy a escribir del dolor crónico derivado de una lesión o malformación en la columna vertebral.

Para ello voy a traer a colación la experiencia de un sujeto llamado David. En realidad no se llama David, pero le he perdido la pista en la tenebrosa oscuridad del pasado, así que como no puedo pedirle permiso, me incomoda utilizar su nombre. Para el propósito del artículo será David.

David fue un chico gordito, con problemas de adaptación social en el colegio. Pero David cambió mucho sus condiciones en su adolescencia, harto de recibir abusos y humillaciones. David empezó a hacer deporte, y descubrió que le gustaba mucho, tanto que se lo tomaba como una prioridad superior a cualquier otra ambición vital, como los estudios o las relaciones. Y sin llegar a ser un as, adquirió una condición física aceptable y recuperó bastante confianza en sí mismo.

Pero como esta es una historia sobre el dolor crónico derivado de una lesión o malformación en la columna vertebral, ya os podéis imaginar que empeora. David ya se aquejaba de una escoliosis lumbar por entonces, pero el problema fuerte se produjo cuando se partió una máquina de musculación mientras la estaba usando. Esto le provocó, abreviando mucho, una deformación en un disco vertebral que se salió de su sitio y le provocó dolor permanente.

Voy a intentar explicar cuánto dolor: si David intentaba levantar una mancuerna, por ligera que fuera, no podía caminar durante unos minutos. Si caminaba, sufría cada paso. Si el vehículo en el que iba pisaba un bache fuerte, rozaba la inconsciencia. Y desde luego, no podía tener actividad sexual.

Bajo estas condiciones, David acudió al médico. Se daba la casualidad de que por aquel entonces tenía “enchufe”, y su caso fue revisado por un eminente especialista en cirugía vertebral del país, un hombre con más de treinta años de experiencia que le recomendó prudencia.

-”Para mí es muy jodido operar a un chico de veintipocos años” -le dijo-. “Con estos síntomas, si tuvieras cincuenta, te operaba mañana, que tengo un hueco, pero esta cirugía es una mierda, con el paso de los años se desarrolla fibrosis y vuelve el dolor, y hay que someter a una segunda cirugía con peores expectativas. Hay que probar todas las opciones que se nos ocurran.”

Sé que los médicos ceden mucho ante las presiones de los pacientes por el dolor insoportable y realizan esta cirugía a pacientes jóvenes, como es el caso de Luigi. No sé si sus circunstancias fueron las mismas que las de David, pero su forma de obrar sí se parece. Ambos leyeron mucha literatura sobre el dolor, y probaron muchas opciones a su alcance. Sé que David perdió la esperanza, se deprimió y lloró, viéndose convertido en un inválido con poco más de veinte años.

No hay que olvidar que además estas lesiones entrañan su propio riesgo. Un segundo trauma puede incluso provocar una salida más radical del disco que concluya en una paraplejia, así que a las consecuencias psicológicas hay que sumar un constante miedo.

Hubo meses enteros en los que David solo se levantaba la cama para ir a terapia, y no funcionó. Perdió todo el tono muscular y cogió peso. Le cambió mucho el carácter a lo largo de dos años infames. Ya al tercero se había desesperado del todo y probó diversas alternativas. Eso sí, nunca tomó un analgésico ni un narcótico.

Y algo de aquello funcionó parcialmente. Quizá su cuerpo se acostumbró al dolor, o quizá alguna de las enseñanzas de un viejo monje shaolin tenía algún fundamento real. Y el dolor estuvo ahí, todos los días de su vida, pero dejó de ser incapacitante y debilitante.

Los misterios caminos de la disociación de personalidad llevaron a que David desapareciera hace no se cuantos años, y dejaran a las personalidades que me predecieron a mí, pero yo heredo su cuerpo, su dolor, y sus riesgos. También su disciplina y sus métodos, claro, es todo una misma cosa.

Con esto simplemente quiero decir que entiendo bien lo que es el dolor crónico, y que sé de una forma muy cercana que casi siempre el dolor nos conduce por caminos erróneos. Hay veces que aunque un golpe de miedo, hay que avanzar hacia él para que este no adquiera recorrido, de forma que lo paremos en seco, y aprovechemos de hecho para golpear.

Otras no sirve de nada. Simplemente hemos tenido mala fortuna, nos ha tocado una carta mala, hicimos algo malo en una vida pasada, dios nos odia, o lo que sea, pero se acabó. Estamos bien jodidos.

Mi vida es apenas soportable gracias a un delicado equilibrio de pequeñas cosas de las cuales identifico unas pocas. Quizá con que falle tan solo una de ellas, esta construcción falle y finalmente el coraje que tengo para suicidarme supere a las escasas ventajas que le veo a vivir.

Hay algo en toda esta mierda que me ha pegado fuerte estos días, y me siento mal. No puedo dejar de mirar toda la información detrás de un tipo llamado Luigi, y para cuando logro darme respuesta, tengo otras dos preguntas abiertas a las que atender. Quizá esa es mi forma de niebla mental, un fractal de dudas e inseguridad que ni siquiera puedo identificar y formalizar en conceptos lógicos y palabras humanas.

Pero al menos puedo salir a entrenar con libertad y escaso dolor. Hacer algo de pesas, correr bajo el sol y mover mi espada. Los pensamientos estructurados conforme a un lenguaje desaparecerán y me transmitirán cierta calma, cierta sensación de continuidad.

Y conforme se aproxime la noche y el momento de descansar, volveré a pensar en esto, y los restos del ejercicio me dejarán el duro, oscuro y cruel mensaje que configura la única respuesta global que encuentro.

“Mejor tú que yo”.