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¿Somos cada vez más imbéciles?

¡Sí! Lo cuál mola porque hay una norma no escrita que viene a decir que cualquier post de internet que empiece con una pregunta acabará contestando que no. Yo siempre he desafiado este principio sin hacer ningún esfuerzo para ello. ¡Viva yo!

Además, este no es un texto de esos mierdosos de abuel@ cascarrabias que vienen a hablar mal de las generaciones posteriores a la suya porque este percibe que los jóvenes no responden a un estándar de comportamiento que en realidad solamente responde a un sesgo cognitivo de autoconfirmación. ¿Y por qué no lo es? Pues porque yo creo que todo el mundo nos estamos volviendo genuinamente más imbéciles.

Aunque no puedo dejar de mencionar que de alguna forma estas personas cascarrabias esta vez tienen cierta razón corroborada por la observación global corroborable de que el “Intelligence quotient” ha ido descendiendo a lo largo de las últimas décadas. Esto convierte a este artículo en el texto más fácil de mi carrera, ¿no? Pues no. Voy a ponerme a decir cosas subjetivas.

Yo tengo mi propio criterio para señalar que somos de hecho cada vez más imbéciles, y está sustentado en observación de diferentes conductas constantes que observo en relaciones personales y también en el clima de conversación dentro de los medios habituales. Cosas como la dinámica de consumo de bienes y servicios abiertamente mierdosos, la fascinante tendencia a reproducir packs de discurso absolutamente cosméticos sin un fondo que los sustente, y desde luego las políticas nacionales e internacionales que se derivan de la polarización extrema que amenaza con aparecer hasta en la más irrelevante foto de comida de instagram.

Supongo que en realidad aquí no estoy diciendo nada muy útil, porque cualquier lector que lea esto sentirá que él es un ejemplo de estar bien centrado, sin polarización, con un consumo inteligente, y con una gran capacidad de escuchar a los demás y comportarse de forma cívica. Si has pensado esto, igual te falta algo de autocrítica.

Pero si para mí hay un síntoma subjetivo constante de esta tendencia, es que conducimos apollardados, como bobos lentorros que recorren su trayecto de casa al trabajo sin un atisbo de esperanza por obtener algo de ello. Y no me refiero a los SUV, no porque no sean un ejemplo evidente, sino porque estos entran dentro de la dinámica de consumo brevemente citada dos párrafos atrás.

Mi observación subjetiva parte del hecho de que hace no tanto tiempo, cuando yo/él tenía un puesto de responsabilidad en una multinacional, conducía realmente rápido. Realmente quería recorrer rápidamente la distancia entre el horrible puesto de trabajo y el también decepcionante hogar. Dentro de este cuestionable exceso de velocidad, se encontraba con otras personas que también conducían rápidamente, e iban adelantando a las personas que conducían en el límite exacto por el carril central.

Hoy en día, en el mismo trayecto, es imposible, hasta el punto de que puedo dedicar tiempo a ver la cara de conductores apollardados que van a velocidades realmente inferiores. Para mí la cuestión no está tanto en si ocurre o no, sino en qué ha ocasionado esta situación, o quizá en qué están pensando todos estos lentorros.

Hago notar que no hay una valoración personal detrás de esta observación. Yo creo que este cambio de hábitos de conducción también ha implicado en que la población tenga una mayor tolerancia en atascos, incorporaciones y cruces hasta el punto de que hoy en día es bastante más infrecuente el uso del claxon.

Quizá no estés de acuerdo con esta indisciplinada argumentación subjetiva, pero solamente es un ejemplo que no abusa demasiado de mi privilegiada posición de guerrera trans cyberpunk no condicionada por el miedo a perder nada. Si no te gusta, elige tu propio sesgo cognitivo de autoconfirmación y sigue leyendo. Y bueno, si no lo has hecho, pásate por mi texto sobre las interfaces neurales, porque en realidad, aunque no he querido decírtelo hasta ahora, esto es una continuación. ¡Qué malvada soy!

Yo creo que gran parte del asunto es que todo ser vivo, y especialmente los inteligentes, es vago. No vamos a irnos a por agua al río lejano si la podemos coger de una charca aquí al lado. No vamos a trabajar si no nos pagan por ello. No vamos a leer un libro si podemos vernos una película. Particularmente los seres humanos tenemos un complejo e ineficiente cerebro que también va a buscar los sistemas que inviertan la cantidad menor de tiempo y energía para obtener un beneficio, lo que dicho así no es que suene en sí mal… pero en el momento en el que no estemos obrando de una forma consciente y planificada, sino que nos estemos dejando guiar por nuestro subconsciente, tomaremos elecciones que nos aportarán un beneficio a corto plazo, evitando por todos los medios realizar un esfuerzo presente para conseguir un beneficio futuro.

Y ya está, si tienes en mente el artículo ya citado de interfaces neurales, el problema está servido. La interfaz está dentro de ti, tus decisiones están muy condicionadas por lo que las empresas que monetizan esas herramientas quieran de ti, porque a fin de cuentas eres el producto. Tu capacidad de tomar una decisión crítica y razonable estará siempre erosionada por un procesador que tiene la orden de insistir hasta que pagues por algo… y lo estás haciendo. Quizá piensas que ahorras porque tienes una cuenta de amazon premium, y que tus servicios de streaming te dan acceso a un ocio de calidad, y que las recomendaciones de spotify te han hecho descubrir un montón de música que encaja con tu personalidad. Pero, ¿cuánto has decidido en realidad? ¿Cuánto ha sido condicionado por un sistema que ni siquiera intenta ya camuflarse porque no tiene ninguna necesidad?

Si hoy en día queremos reclamar nuestra soberanía cognitiva, no es que tengamos que retroceder a utilizar medios lentos, caros o inconvenientes, sino que puede darse el caso de que nuestra ambición sea irrealizable sin recurrir a estos equivalentes cyberpunk. Pero incluso aunque podamos, exigirán desactivar las interfaces neurales y tomar decisiones con partes de nuestro cerebro que incluso hayan quedado atrofiadas por la ausencia de ejercicio. Apagar el teléfono móvil y realizar nuestra vida sería el equivalente a levantarnos de una silla de ruedas en la que hemos estado postergados desde 2007 y pretender correr una maratón.

Y por esto yo creo que los conductores están apollardados, y en general todo el mundo realiza peor sus actividades mecánicas. Porque su cerebro, vago por selección natural, ha aceptado demasiado bien estas interfaces neurales y ha dejado atrás las interfaces físicas, hasta el punto de que en muchas acciones, nuestro cuerpo no es más que un intermediario entre las corporaciones y una realidad física cuya complejidad aún no ha sido asimilada por un proceso informático. En el ejemplo citado, no estamos conduciendo, sino que estamos siendo una herramienta circunstancial entre googlemaps y la carretera hasta que finalmente el teléfono móvil consiga conducir por su cuenta, momento en el que el tiempo de los desplazamientos estará debidamente optimizado para que estemos entretenidos consumiendo de forma dócil.

La contraparte de este conductivismo impuesto por las potentes corporaciones, y tolerado por gobiernos ignorantes o directamente afines no es únicamente que no sepamos hacer nada fuera de los ámbitos estrictamente cubiertos por las tareas a nuestro cargo en nuestra actividad laboral cotidiana, sino que nuestras capacidades primarias necesarias para desarrollar estas actividades están muy limitadas, y aún más, nuestra voluntad para enfrentarnos al coste intelectual de salirnos de esta zona de confort cortoplacista que supone la integración de estas herramientas de internet en lo más profundo de nuestro ser, está claramente quebrada.

Y esto es algo que más o menos muchas personas pueden tener presente e incluso demostrar cierto acuerdo, pero pretender hacer algo en otra dirección sería como intentar descarbonificar Londres en plena revolución industrial. Todos y cada uno de los integrantes del sistema, incluidos los mineros enfermos de silicosis u otras afecciones defenderían el sistema por lo que les otorga sin pensar en lo que les perjudica.

Y creo que hay mucho motivo para el pesimismo. Porque seguramente, tú, lector que se ha tragado un pedazo de truño de artículo más largo que mi brazo, estés bastante por encima de la media en lo que se refiere a capacidad de esfuerzo simplemente por haberlo leído, y aún así no vas a renunciar a tus vídeos de instagram, tus compras por amazon, tus cuentas de netflix y spotify, tu sistema de mapas de google, y tantas otras herramientas cuya finalidad fundamental es sacarte el dinero hoy y seguir sacándotelo mañana. Así que, ¿cómo vamos a pensar siquiera en que se pueda producir un cambio social real?

Al final esto es un “meter la cabeza en el culo” como otro más cualquiera. Quienquiera que saque la cabeza de entre las nalgas de vez en cuando será consciente de que solamente un cataclismo puede evitar el lento descenso, no ya de los valores sociales o artísticos, o de la calidad política y del debate social ya visiblemente afectados. Con lo que tiene que lidiar es directamente con la pronunciada caída de la capacidad intelectual de la humanidad.