Interfaces de control neural
Desde que el ser humano empezara a proveerse placer gracias a su pulgar oponible y en general sus dedos hábiles, se ha producido una fantasía común por controlar los elementos a distancia. Ya sea manejar el fuego, invocar rayos, o controlar las aguas, este tipo de fantasías han aparecido en todo tipo de relatos fantásticos, como el señor de los anillos y esa otra historia del dios ese que son tres.
En las postrimerías de la humanidad, hemos dejado atrás este tipo de fantasías porque tenemos aparatos tecnológicos con los que podemos hacer lo que nos venga en gana, y porque tenemos otras preocupaciones más urgentes, como curar la calvicie o aparentar ser jóvenes mientras nos pudrimos por dentro.
Pero bueno, sí hay personas que sueñan con poder manejar sistemas informáticos con la mente de forma ágil, lo que estaría bien porque así igual una persona paralizada podría tener una vida un poco mejor. Poder ser una technohacker que abre o cierra las puertas mientras pelea con su cyberespada sería, como mucho, una adaptación circunstancial de dicha tecnología.
Pero mientras se desarrollan complejas tecnologías invasivas, los seres humanos sanos utilizamos cómodamente nuestros sistemas informáticos, habitualmente con nuestros deditos a través de dispositivos diseñados para este propósito, como puedan ser teclados, ratones, controladores de juego, pantallas táctiles, y seguramente consoladores usb.
Lo más curioso de todo esto es que mediante la neuroplasticidad, si repetimos un proceso lo suficiente, este se integrará en un camino neural y dejaremos de pensar en “voy a buscar la tecla de la ‘p’, voy a buscar la tecla de la ‘o’…”, y bueno, de esta forma yo me pongo a escribir artículos sin que haya un pensamiento técnico, sino que las palabras del lenguaje formal se estructuran de una manera bastante eficaz… para lo que es el lenguaje humano, ojo, que es en sí mismo una castaña.
Esto es un ejemplo cualquiera de integración de una interfaz física en una actividad, si bien el mundo de los videojuegos ha ahondado con más interés porque en muchos casos gestiona acción en tiempo real. Yo conozco muchas personas que son tremendamente más hábiles manejando un muñequito digital que sus propios cuerpos.
Para que estos caminos neuronales existan, ni siquiera es necesario que la interfaz física tenga demasiado sentido; en el ya vetusto y archiconocido tetris, la dirección “derecha” mueve la pieza a la derecha, y lo contrario ocurre con “izquierda”, e incluso “abajo” manda la pieza al fondo… pero el botón de “arriba” lo que hace es rotar la pieza. Bueno, era la dirección que sobraba.
Volveré sobre este asunto de los videojuegos y las interfaces informáticas más adelante, porque quiero señalar que en realidad muchos otros desarrollos tecnológicos que han acompañado a la humanidad desde antes de que cualquiera de los lectores naciera. Estos se integraban de forma natural en el sistema neural de sus antepasados.
Un ejemplo evidente podría ser el uso de instrumentos musicales. Una persona que no ha aprendido a utilizarlos tendría que pensar de una forma rígida para producir cada sonido, pero una persona experta puede incluso tocar mientras lee una partitura o realiza otras actividades. El gesto mecánico ha desaparecido de su proceso mental, así que se dedica a las partes que realmente exigen criterio en la toma de decisiones.
Yo personalmente tengo un ejemplo desde la propiocepción de mi cuerpo, pues soy más hábil y precisa con una espada que con mis puños vacíos, con los que tengo auténticos problemas y me siento realmente torpe. En este caso el arma se vuelve una extensión de mi cuerpo que me transmite información a través del tacto y que me permite ejecutar acciones eficaces.
Y bueno, siempre está el más que notable ejemplo de los medios de desplazamiento. Ya sea los más clásicos de tracción animal, o cosas más modernas como una bicicleta o un coche, o más recreativas como un monopatin o unos patines, la realidad es que cambian la forma en la que el sujeto se está desplazando, y en los casos más extremos lo hacen con unas interfaces que no son intuitivas y cuyo aprendizaje es costoso, pero que con práctica y experiencia dan lugar a una habilidad fina y desde luego capacidades muy por encima de las que el mismo humano tendría si contara únicamente con su cuerpo.
También hay sobradas evidencias de que estas habilidades no se integran dentro de la memoria intelectual, sino en las memoria motora o muscular. Por eso montar en bicicleta nunca se olvida, y personas que tienen pérdidas de memoria por edad, enfermedades o accidentes conservan sus habilidades motoras, al menos durante mucho más tiempo.
También es cierto es que hay un proceso de aprendizaje continuado en esta mejora que se va a ver sometido a todas las condiciones del ser humano. Como consecuencia y ejemplo, la neuroplasticidad es mayor cuando el ser humano es joven, y de alguna forma creo que este es el motivo de que yo sea mucho mejor jugadora con teclado que con mando. Personas que durante su juventud tengan una videoconsola en lugar de un ordenador tenderán a que les ocurra al revés.
Pero hay que tener mucho ojo, porque el ser humano se adecúa rápidamente a los caminos sencillos, como he citado en el caso de las espadas y los puños. Si viajamos siempre en un vehículo y nunca caminamos, tendrá consecuencias para nuestra musculatura y condiciones cardiacas incluso aunque el acto de caminar siga escondido en nuestra memoria motora.
Esto es relevante porque en algún momento de la historia, la interfaz dejó de estar firmemente posada en una mesa y enchufada a diversos cables, para viajar con cada ser humano en forma de “smartphone”, que es una forma muy curiosa de llamar a un aparato cuyo uso principal no es para nada marcar el número de otra persona y comunicarse en tiempo real con ella.
Estos ordenadores planos con pantalla táctil tienen la capacidad de integrarse en nuestra memoria motora, de manera que el gesto mecánico desaparece de nuestra actividad. Entonces, la decisión de actuar precede a la ejecución de un acto sin que tengamos que concentrarnos en cómo movemos los dedos. A priori, la tecnología nos provee de un medio muy eficaz para conseguir un fin.
Pero el asunto no acaba para nada ahí. Estos aparatos están conectados a la mayor red de información que ha existido en la historia de la humanidad, así que cualquier humano, con un acto simple que no exige pensar, se conecta con cualquier información. Y todo el gesto está integrado en memoria motora.
Ya está, el ser humano tiene una interfaz de control neural. Bueno, de acuerdo, el humano tiene que estar sano, tener manos y alguna cosa más. Pero lo ha logrado, se ha fundido con la máquina para lograr cosas increíbles, y encima está accesible para más o menos todas las personas. Todo bien, ¿no? Pues no.
Tengamos en cuenta que por una parte la interfaz (la pantalla táctil) está totalmente integrada con la información que se muestra (la pantalla en sí), de manera que no es que se pueda genera una confusión en nuestros caminos neurales, sino que de hecho se pueda penetrar en ellos. Y por otra parte y no menos perjudicialmente, muchas de las funciones que otrora se hacían de una forma totalmente diferente, ahora pasan por este dispositivo. Añadamos a este cóctel de desdicha que la mayor parte de actores implicados van a obtener un beneficio económico en función a cómo interactuamos, y tenemos una mezcla explosiva tan tóxica que me fascina observar que la preocupación al respecto esté simplemente centrada en los contenidos.
Veamos un par de ejemplos de esto.
Supongamos que yo quiero saber cuándo cayó el muro de Berlín. Un humano del siglo XX habría tenido que buscar en un libro de historia, o quizá en una enciclopedia, y leer un contenido para finalmente llegar a la información dentro de un contexto. Sin embargo, con un smartphone, incluso se puede introducir la pregunta con sus símbolos de interrogación, y desde luego aparecerá la respuesta… pero también algunos enlaces patrocinados, o sea publicidad.
Recibir publicidad cuando no se ha solicitado ya es cuestionable, pero hacerlo cuando estamos cuestionando algo es especialmente delicado porque nuestra estructura cerebral se ha puesto en modalidad de aprendizaje, y es especialmente fácil de manipular. Además, en este caso está implícito en un procedimiento que, como ya he citado, no tiene la barrera de las tareas físicas (buscar en una enciclopedia de papel) si no que está integrado en nuestra memoria motora mediante una interfaz avanzada.
Pongamos otro caso. Ahora quiero ir a que me arreglen el codo en “fisioterapeutas pepinillo”. Antiguamente habría buscado la dirección en un callejero, habría preparado una ruta en mi domicilio, y basándome en mi conocimiento previo, habría llegado con más o menos dificultades. Ahora en el siglo XXI, ni siquiera tengo por qué conocer la dirección, simplemente busco el negocio en concreto en la interfaz de mapas, y no solamente me ofrece la ruta de llegada, sino también… fotos y reseñas. Yo no tenía intención de ver reseñas, pero sin duda tengo cierta ansiedad por mi lesión que se puede incrementar por la dificultad del viaje por las complicadas calles de la ciudad. Y en ese gesto que no tenía nada que ver (cómo llegar a mi terapeuta) que está integrada en mi actividad de desplazamiento, acabo recibiendo información de terceros que yo no tenía intención inicial de consultar.
He puesto estos dos ejemplos porque son claros, pero la realidad es, en verdad, bastante más sutil y sibilina. Las formas en las que la información se entremezcla con la interfaz están más que estudiadas y dan lugar no únicamente a una manipulación y explotación directa, sino que también afectan subconscientemente.
Además, por cierto, son ejemplos falsos. Yo no trazo mis rutas en el maps ese de las narices, y en cuanto a la caída del muro, yo soy una mujer culta y no me dejo engañar por conspiraciones, así que sé que en realidad la escenificaron en Marte.
Además, aunque evidentemente hay trampa dentro de las actividades generales como esta, el gran trozo del pastel se esconde en las aplicaciones que realmente inducen al consumo o que atraen la atención de una forma constante porque son formas de entretenimiento en sí mismas. No obstante, aunque estén separadas, el peligro está ya hecho porque la interfaz está en nuestro cerebro. La publicidad, los mensajes subconscientes o las investigaciones de mercado y personales no están ocurriendo en un aparato de televisión que pueden estar viendo cinco personas diferentes, sino que están directamente en el interior de nuestro sistema neural, identificado remotamente en servidores con una cadena alfanumérica. Ya no es que accedamos a información de cualquier lugar del mundo, sino que nuestro cerebro y nuestra identidad misma está diseminada por todo el planeta. Y todo esto sin empezar a hablar siquiera de las adictivas microrecompensas en forma de notificaciones, en las que se mezclan las personales con las de sistema, las de redes, las publicitarias, las laborales y otras.
Las consecuencias para la sociedad a medio y largo plazo son imprevisibles, pero las personales no son para nada misteriosas. Reducción drástica de la capacidad de concentración, reducción clara de la capacidad de realizar análisis críticos, dependencia evidente de medios tecnológicos con el consiguiente deterioro de otras habilidades motoras, muy patente reducción de la voluntad de esforzarse por cualquier cosa y en fin, todo lo que se hereda.
Quizá un lector autosuficiente señale que está libre de este condicionamiento extremo, así que desde notbornval le propongo dos pruebas. Ambas están basadas en la naturaleza de la integración motora que hace, por ejemplo, que los patinadores nos sintamos pesados al quitarnos los patines y que nos impone unos instantes de readaptación.
La primera es simplemente recordar la sensación que se produjo cuando se produjo el gran apagón, en el caso de que afectara a las telecomunicaciones.
Bueno, quizá no estabas en una zona afectada, o quizá siguió funcionándote internet. Pero en este caso puedes pasar a la prueba avanzada y apagar el móvil, dejarlo en casa, y hacer uno o dos días sin ningún apoyo tecnológico. Si el aparatito no forma parte de tu sistema neural, solo sentirás algo de fastidio cuando te haga falta para ir a un sitio o quieras hacer una llamada… pero si forma parte, entonces tu sensación será más frustrante, tendrás un momento en el que tu impulso mental será el de manipular físicamente un aparato que no está disponible, para realizar acciones en realidad no lo exigen.
La mala noticia es que estás jodid@, aunque hay cosas que se pueden hacer por remediarlo, requieren bastante esfuerzo y tu cerebro es ya de plastilina. La buena noticia es que… he mentido: no hay buena noticia. Mala suerte, hazlo mejor en la próxima vida.
Y todo esto sin mencionar a las IA.
En las postrimerías de la humanidad, hemos dejado atrás este tipo de fantasías porque tenemos aparatos tecnológicos con los que podemos hacer lo que nos venga en gana, y porque tenemos otras preocupaciones más urgentes, como curar la calvicie o aparentar ser jóvenes mientras nos pudrimos por dentro.
Pero bueno, sí hay personas que sueñan con poder manejar sistemas informáticos con la mente de forma ágil, lo que estaría bien porque así igual una persona paralizada podría tener una vida un poco mejor. Poder ser una technohacker que abre o cierra las puertas mientras pelea con su cyberespada sería, como mucho, una adaptación circunstancial de dicha tecnología.
Pero mientras se desarrollan complejas tecnologías invasivas, los seres humanos sanos utilizamos cómodamente nuestros sistemas informáticos, habitualmente con nuestros deditos a través de dispositivos diseñados para este propósito, como puedan ser teclados, ratones, controladores de juego, pantallas táctiles, y seguramente consoladores usb.
Lo más curioso de todo esto es que mediante la neuroplasticidad, si repetimos un proceso lo suficiente, este se integrará en un camino neural y dejaremos de pensar en “voy a buscar la tecla de la ‘p’, voy a buscar la tecla de la ‘o’…”, y bueno, de esta forma yo me pongo a escribir artículos sin que haya un pensamiento técnico, sino que las palabras del lenguaje formal se estructuran de una manera bastante eficaz… para lo que es el lenguaje humano, ojo, que es en sí mismo una castaña.
Esto es un ejemplo cualquiera de integración de una interfaz física en una actividad, si bien el mundo de los videojuegos ha ahondado con más interés porque en muchos casos gestiona acción en tiempo real. Yo conozco muchas personas que son tremendamente más hábiles manejando un muñequito digital que sus propios cuerpos.
Para que estos caminos neuronales existan, ni siquiera es necesario que la interfaz física tenga demasiado sentido; en el ya vetusto y archiconocido tetris, la dirección “derecha” mueve la pieza a la derecha, y lo contrario ocurre con “izquierda”, e incluso “abajo” manda la pieza al fondo… pero el botón de “arriba” lo que hace es rotar la pieza. Bueno, era la dirección que sobraba.
Volveré sobre este asunto de los videojuegos y las interfaces informáticas más adelante, porque quiero señalar que en realidad muchos otros desarrollos tecnológicos que han acompañado a la humanidad desde antes de que cualquiera de los lectores naciera. Estos se integraban de forma natural en el sistema neural de sus antepasados.
Un ejemplo evidente podría ser el uso de instrumentos musicales. Una persona que no ha aprendido a utilizarlos tendría que pensar de una forma rígida para producir cada sonido, pero una persona experta puede incluso tocar mientras lee una partitura o realiza otras actividades. El gesto mecánico ha desaparecido de su proceso mental, así que se dedica a las partes que realmente exigen criterio en la toma de decisiones.
Yo personalmente tengo un ejemplo desde la propiocepción de mi cuerpo, pues soy más hábil y precisa con una espada que con mis puños vacíos, con los que tengo auténticos problemas y me siento realmente torpe. En este caso el arma se vuelve una extensión de mi cuerpo que me transmite información a través del tacto y que me permite ejecutar acciones eficaces.
Y bueno, siempre está el más que notable ejemplo de los medios de desplazamiento. Ya sea los más clásicos de tracción animal, o cosas más modernas como una bicicleta o un coche, o más recreativas como un monopatin o unos patines, la realidad es que cambian la forma en la que el sujeto se está desplazando, y en los casos más extremos lo hacen con unas interfaces que no son intuitivas y cuyo aprendizaje es costoso, pero que con práctica y experiencia dan lugar a una habilidad fina y desde luego capacidades muy por encima de las que el mismo humano tendría si contara únicamente con su cuerpo.
También hay sobradas evidencias de que estas habilidades no se integran dentro de la memoria intelectual, sino en las memoria motora o muscular. Por eso montar en bicicleta nunca se olvida, y personas que tienen pérdidas de memoria por edad, enfermedades o accidentes conservan sus habilidades motoras, al menos durante mucho más tiempo.
También es cierto es que hay un proceso de aprendizaje continuado en esta mejora que se va a ver sometido a todas las condiciones del ser humano. Como consecuencia y ejemplo, la neuroplasticidad es mayor cuando el ser humano es joven, y de alguna forma creo que este es el motivo de que yo sea mucho mejor jugadora con teclado que con mando. Personas que durante su juventud tengan una videoconsola en lugar de un ordenador tenderán a que les ocurra al revés.
Pero hay que tener mucho ojo, porque el ser humano se adecúa rápidamente a los caminos sencillos, como he citado en el caso de las espadas y los puños. Si viajamos siempre en un vehículo y nunca caminamos, tendrá consecuencias para nuestra musculatura y condiciones cardiacas incluso aunque el acto de caminar siga escondido en nuestra memoria motora.
Esto es relevante porque en algún momento de la historia, la interfaz dejó de estar firmemente posada en una mesa y enchufada a diversos cables, para viajar con cada ser humano en forma de “smartphone”, que es una forma muy curiosa de llamar a un aparato cuyo uso principal no es para nada marcar el número de otra persona y comunicarse en tiempo real con ella.
Estos ordenadores planos con pantalla táctil tienen la capacidad de integrarse en nuestra memoria motora, de manera que el gesto mecánico desaparece de nuestra actividad. Entonces, la decisión de actuar precede a la ejecución de un acto sin que tengamos que concentrarnos en cómo movemos los dedos. A priori, la tecnología nos provee de un medio muy eficaz para conseguir un fin.
Pero el asunto no acaba para nada ahí. Estos aparatos están conectados a la mayor red de información que ha existido en la historia de la humanidad, así que cualquier humano, con un acto simple que no exige pensar, se conecta con cualquier información. Y todo el gesto está integrado en memoria motora.
Ya está, el ser humano tiene una interfaz de control neural. Bueno, de acuerdo, el humano tiene que estar sano, tener manos y alguna cosa más. Pero lo ha logrado, se ha fundido con la máquina para lograr cosas increíbles, y encima está accesible para más o menos todas las personas. Todo bien, ¿no? Pues no.
Tengamos en cuenta que por una parte la interfaz (la pantalla táctil) está totalmente integrada con la información que se muestra (la pantalla en sí), de manera que no es que se pueda genera una confusión en nuestros caminos neurales, sino que de hecho se pueda penetrar en ellos. Y por otra parte y no menos perjudicialmente, muchas de las funciones que otrora se hacían de una forma totalmente diferente, ahora pasan por este dispositivo. Añadamos a este cóctel de desdicha que la mayor parte de actores implicados van a obtener un beneficio económico en función a cómo interactuamos, y tenemos una mezcla explosiva tan tóxica que me fascina observar que la preocupación al respecto esté simplemente centrada en los contenidos.
Veamos un par de ejemplos de esto.
Supongamos que yo quiero saber cuándo cayó el muro de Berlín. Un humano del siglo XX habría tenido que buscar en un libro de historia, o quizá en una enciclopedia, y leer un contenido para finalmente llegar a la información dentro de un contexto. Sin embargo, con un smartphone, incluso se puede introducir la pregunta con sus símbolos de interrogación, y desde luego aparecerá la respuesta… pero también algunos enlaces patrocinados, o sea publicidad.
Recibir publicidad cuando no se ha solicitado ya es cuestionable, pero hacerlo cuando estamos cuestionando algo es especialmente delicado porque nuestra estructura cerebral se ha puesto en modalidad de aprendizaje, y es especialmente fácil de manipular. Además, en este caso está implícito en un procedimiento que, como ya he citado, no tiene la barrera de las tareas físicas (buscar en una enciclopedia de papel) si no que está integrado en nuestra memoria motora mediante una interfaz avanzada.
Pongamos otro caso. Ahora quiero ir a que me arreglen el codo en “fisioterapeutas pepinillo”. Antiguamente habría buscado la dirección en un callejero, habría preparado una ruta en mi domicilio, y basándome en mi conocimiento previo, habría llegado con más o menos dificultades. Ahora en el siglo XXI, ni siquiera tengo por qué conocer la dirección, simplemente busco el negocio en concreto en la interfaz de mapas, y no solamente me ofrece la ruta de llegada, sino también… fotos y reseñas. Yo no tenía intención de ver reseñas, pero sin duda tengo cierta ansiedad por mi lesión que se puede incrementar por la dificultad del viaje por las complicadas calles de la ciudad. Y en ese gesto que no tenía nada que ver (cómo llegar a mi terapeuta) que está integrada en mi actividad de desplazamiento, acabo recibiendo información de terceros que yo no tenía intención inicial de consultar.
He puesto estos dos ejemplos porque son claros, pero la realidad es, en verdad, bastante más sutil y sibilina. Las formas en las que la información se entremezcla con la interfaz están más que estudiadas y dan lugar no únicamente a una manipulación y explotación directa, sino que también afectan subconscientemente.
Además, por cierto, son ejemplos falsos. Yo no trazo mis rutas en el maps ese de las narices, y en cuanto a la caída del muro, yo soy una mujer culta y no me dejo engañar por conspiraciones, así que sé que en realidad la escenificaron en Marte.
Además, aunque evidentemente hay trampa dentro de las actividades generales como esta, el gran trozo del pastel se esconde en las aplicaciones que realmente inducen al consumo o que atraen la atención de una forma constante porque son formas de entretenimiento en sí mismas. No obstante, aunque estén separadas, el peligro está ya hecho porque la interfaz está en nuestro cerebro. La publicidad, los mensajes subconscientes o las investigaciones de mercado y personales no están ocurriendo en un aparato de televisión que pueden estar viendo cinco personas diferentes, sino que están directamente en el interior de nuestro sistema neural, identificado remotamente en servidores con una cadena alfanumérica. Ya no es que accedamos a información de cualquier lugar del mundo, sino que nuestro cerebro y nuestra identidad misma está diseminada por todo el planeta. Y todo esto sin empezar a hablar siquiera de las adictivas microrecompensas en forma de notificaciones, en las que se mezclan las personales con las de sistema, las de redes, las publicitarias, las laborales y otras.
Las consecuencias para la sociedad a medio y largo plazo son imprevisibles, pero las personales no son para nada misteriosas. Reducción drástica de la capacidad de concentración, reducción clara de la capacidad de realizar análisis críticos, dependencia evidente de medios tecnológicos con el consiguiente deterioro de otras habilidades motoras, muy patente reducción de la voluntad de esforzarse por cualquier cosa y en fin, todo lo que se hereda.
Quizá un lector autosuficiente señale que está libre de este condicionamiento extremo, así que desde notbornval le propongo dos pruebas. Ambas están basadas en la naturaleza de la integración motora que hace, por ejemplo, que los patinadores nos sintamos pesados al quitarnos los patines y que nos impone unos instantes de readaptación.
La primera es simplemente recordar la sensación que se produjo cuando se produjo el gran apagón, en el caso de que afectara a las telecomunicaciones.
Bueno, quizá no estabas en una zona afectada, o quizá siguió funcionándote internet. Pero en este caso puedes pasar a la prueba avanzada y apagar el móvil, dejarlo en casa, y hacer uno o dos días sin ningún apoyo tecnológico. Si el aparatito no forma parte de tu sistema neural, solo sentirás algo de fastidio cuando te haga falta para ir a un sitio o quieras hacer una llamada… pero si forma parte, entonces tu sensación será más frustrante, tendrás un momento en el que tu impulso mental será el de manipular físicamente un aparato que no está disponible, para realizar acciones en realidad no lo exigen.
La mala noticia es que estás jodid@, aunque hay cosas que se pueden hacer por remediarlo, requieren bastante esfuerzo y tu cerebro es ya de plastilina. La buena noticia es que… he mentido: no hay buena noticia. Mala suerte, hazlo mejor en la próxima vida.
Y todo esto sin mencionar a las IA.