NotBornVal

Mis cinco estadios del duelo

Y cuando digo duelo, quiero decir pelea. Este es un artículo de cosas de espaditas que me gusta hacer a mí. Nada que ver con las etapas que puede atravesar una persona que haya sufrido una pérdida catastrófica, aunque de esto segundo sí sepa.

Yo vivo en una continua evasión de la realidad que me rodea, en tanto que esta no proyecta en mí más que un vacío. Los elementos normales del siglo XXI y la propia decepción con respecto a la propia incapacidad para cambiar cualquier aspecto, por mínimo que esta sea, no me despiertan otro sentimiento que desinterés por las cosas habituales.

Pero bueno, como quiera que en el microespacio definido por un combate con espada las cosas son más sencillas y comparativamente dependen de muy poquitos elementos que están más o menos al alcance de los participantes... yo ahí me siento bastante bien. Normalmente cuando me estoy peleando no hay espacio para el ruido mental, así que cualquiera de mis problemas suele, simplemente, desaparecer. Incluso cuando la sesión de asaltos ha finalizado, una buena parte del eco de la actividad queda presente en mí, y me permite evadirme más tiempo, en una mezcla entre distracción inevitable y autofantasía casi inconsciente.

No pienso para nada que estos mecanismos y proyecciones sean comunes a todas las personas que realizamos esta práctica, pero quizá el fondo sí que esté presente, y la forma en la que se manifiesta varíe en función a la psique de cada cuál. Como ya he señalado incluso en este texto, yo soy una persona muy disconforme con la realidad en la que me ha tocado vivir, así que tengo mucha tendencia a alejarme de ella. Otras personas probablemente integren su experiencia de una forma más orgánica.

En buena parte, las expectativas que una persona tenga de un combate con espada van a depender de una multitud de factores que heredan del entorno cultural y de las condiciones personales. La proyección de lo que sería causar una herida mortal y sobrevivir sin daños forma parte de la naturaleza intrínseca del acto recreacionista, pero la forma en la que esto aparece en la mente de cada cuál es muy variada: un apasionado de la historia puede sentirse enriquecido al comprender las vicisitudes de tiempos pasados, mientras que un nostálgico de las supuestas virtudes de su etnia puede imaginar que está expulsando extranjeros a golpes de su espada. Yo creo que soy más del tipo “friki” que ha leído demasiadas novelas fantásticas, pero otras personas , por poner un ejemplo, tendrán una fantasía más inspirada por películas sobre piratas del caribe.

Pero un asalto con espadas no es para nada una coreografía, y si bien vamos a causar tocados, también los vamos a recibir, y esto es algo con lo que tenemos que lidiar. Por una parte, cada cuál tiene que asumir el impacto que suponga para su ego, y por otra, a veces sufrir daño físico.

La perspectiva de recibir un golpe con una espada implica muchos conceptos, entre los que se puede encontrar la sensación de derrota o el ya citado dolor, pero también alude a instintos fuertemente arraigados porque a fin de cuentas somos animales que tienen que evitar ser depredados, así que cuando vamos a recibir un impacto, tenemos reacciones naturales, y esos reflejos tenemos que dominarlos y convertirlos en respuestas mucho más útiles. Y para este camino no hay una guía secuencial, ni una estructura más construida que el de la propia práctica siguiendo las enseñanzas técnicas.

Y en cuanto al dolor, de vez en cuando ocurre, y normalmente no podemos anticiparlo. Pero en buena lógica, uno de los parámetros que tienen adquiridos los combatientes más expertos y sensibles es el de ser precisos y evitar el daño sobre sus compañeros. Las lesiones, por lo tanto, son tremendamente más infrecuentes y leves que las que se producen en deportes fuertemente aceptados en la sociedad, como es el caso del fútbol o el baloncesto.

Todo esto dibuja sobre la conciencia humana algo que a la vez es muy natural y muy arraigado a los instintos. Como animales biológicos, entendemos que tenemos que protegernos ante un peligro físico inminente, pero este instinto está muy diluido por un entorno social que nos protege y normalmente nos aleja de los riesgos físicos. Aunque cualquier persona sepa que en verdad no corre un gran riesgo en una sala de armas, todo su sistema nervioso le va a transmitir un montón de sensaciones cuando se ponga frente a la espada de otro combatiente. Y son sensaciones muy fuertes.

Creo que la impresión que emerge de esta fase es realmente disruptiva, y a mí me hizo sentir, desde luego, que cada vez que cruzaba la puerta de la sala estaba más bien atravesando un portal mágico que me llevaba a un lugar secreto y casi mágico que difícilmente podría compartir con quien no hubiera estado haciendo lo mismo.

Pero desde luego yo no puedo hacer algo de forma indefinida y que esto no se integre en mi vivencia de una forma continuada, dando lugar a una adaptación progresiva. En este sentido creo que se parece un poco a la adaptación a conducir un vehículo automóvil: al principio percibimos un montón de elementos que no comprendemos bien y despiertan sensación de alarma y peligro, pero con el tiempo casi todas estas cosas se integran en la experiencia de cada cual y podemos conducir de una forma bastante más relajada, y entrar en alerta únicamente cuando se produce un peligro real.

Claro que manejar una espada no es solamente es una actividad mecánica, y es muy diferente a conducir un vehículo, entre otras cosas porque no es algo habitual en el contexto social del siglo XXI. Acostumbrarme a pelear con una espada me ha condicionado de formas que es realmente difícil de expresar por mucho que me pudiera extender en este tipo de textos.

¿Y qué me ocurrió cuando me fui acostumbrando a esto de pelearme con espaditas? Una vez el fenómeno inicial de la disonancia cognitiva va desapareciendo, otros elementos ya presentes empiezan a cobrar presencia de una forma más patente, y me volví cada vez más consciente de ellos… pero algunos podían estar estorbando: ¿quién está mirando? ¿qué tal lo estoy haciendo? ¿cuánto rato llevo? El aspecto social empezó a ser una parte presente para mí, y el ego tenía su parte, y como digo, esto no aporta gran cosa, y es mejor dejarlo en lo mínimo posible.

La propia socialización dentro de mi entorno acompañó a la práctica continuada y me llevó a entender que cuando estoy tirando, quién mira no es relevante porque no está en la ecuación. Y el significado de “hacerlo bien” no responde tanto a lograr un efecto concreto que alimente mi ego, sino en conseguir una experiencia que sea divertida para la persona con la que estoy tirando, que tiene que seguir queriendo tirar conmigo en el futuro. Cuando lo asimilé operativamente pude entrar en un estado bastante más armónico.

Seguí asistiendo a clases, practicando asaltos y hablando con mis compañeros, con mucho interés por aprender más en la medida de mis capacidades, y entendí cada vez mejor aquello en lo que me estaba implicando. Sintiéndome bastante libre del choque cognitivo y también de la presión de ego, me sentía cada vez más cómoda con la espada en movimiento, pero encontraba que no progresaba de una forma aceptable, y sentía que cometía fallos que no entendía bien y que no lograba solucionar. Esto me llevaba a sentir, en ciertas distancias o circunstancias en las que soy peor, mucha incomodidad e inseguridad, que a su vez me conducían a reaccionar con velocidad y violencia, lo que a su vez limita mucho la capacidad de aprender de esas situaciones.

No sé si fue la disciplina, el criterio y simplemente la insistencia y la experiencia, pero creo que también conseguí liberarme de ese nerviosismo y empezar a conseguir operar en las condiciones en las que solía sentir incomodidad. La sensación de poder fluir en el asalto empezó a despertarme un estado mucho más tranquilo en el que el autolenguaje de procesamiento de información pudo optimizarse y me armó de nuevas opciones.

Lo que conseguí, y esto me lleva a mi estado actual, fue liberar mi expectativa de lo que aspiro a conseguir de un combate. En muchas ocasiones no pretendo tanto obtener una victoria en un sentido clásico, sino que puedo aspirar a gestionar situaciones sobre las que anteriormente no tenía el control, y de esta forma mantenerme con vida mucho más tiempo en el flujo del asalto. De la misma forma, mi estado es lo bastante relajado como para intentar ser consciente de las herramientas que me estoy dejando fuera del puzle para añadirlas de forma dinámica.

Simultáneamente, también sé reconocer algunos de estos estados en compañeros míos que tengan menos experiencia que yo, e intento acompañarlos por su propio proceso, que no tiene por qué ser para nada el mío, en el que yo también recibí ayuda.

Todo esto no es un proceso continuo ni lineal, sino que las variables implicadas pueden avanzar y retroceder por cuestiones de las que a veces ni siquiera soy consciente. Sin duda me queda muchísimo camino por recorrer, lo que sin duda me dará para escribir mucho más en el futuro. Serán otros estadios del duelo adicionales a los que aparecen en este texto.