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Mi pobre reseña mierdosa sobre mi miserable estancia en Armata Bilbao 2023

Se dio la circunstancia de que el pasado fin de semana me dirigí junto con algunos compañeros armados de la sala de armas Carranza a la convención "Bilbao Armata", con el fin de acudir a seminarios, tirar asaltos contra personas de otras salas, hacer nuevas relaciones y sumirme en cuantas actividades se pusiesen a mi alcance.

Creo que es adecuado que dedique un par de párrafos a señalar la forma en la que me sumí en esta pequeña aventura. Yo tiendo a no disfrutar demasiado de las actividades que implican varios días y que alteran mi rutina. Si tenemos en cuenta que además eso de socializar se me da regular en el mejor de los casos, me cuesta explicarme a mí misma cómo me atreví siquiera a intentarlo. La respuesta viene a ser una combinación de “inercia” con “no pensar demasiado en ello”. Además le vi ventajas a que cuando durante el verano alguien me preguntaba si me iba a ir de vacaciones, podía dar una respuesta que a la vez fuese cierta y que no fuese totalmente cortante.

La combinación entre factores positivos y negativos lucha mucho en mi cerebro, y estuve a punto de cancelar el mismo día anterior, especialmente agobiada porque venía arrastrando una lesión de codos que, si bien parecía estar ya curándose, daba un poco de mala espina. Como spoiler, varias cosas salieron mal.

La mañana del viernes estaba pasada por agua, y esto afectó a la situación de varias carreteras comarcales, provocando cortes y retrasos que podrían haber molestado a mis compañeros. Por fortuna soy una persona previsora y me puse bastante tiempo de colchón, así que tras unos pocos esfuerzos y alguna incómoda caminata por un barrizal con toda la equipación, me puse en el punto de encuentro, y de ahí, en marcha al país vasco.

Una de los aspectos buenos de este viaje fue no conducir. Tengo muchísimos kilómetros bajo las ruedas de los vehículos que he conducido, y estoy un poco hasta las narices de estar casi siempre al volante, así que no puedo más que agradecer el encomiable esfuerzo del que fue nuestro conductor durante el fin de semana. No diré nombres. Ni apodos tampoco.

El compañerismo fue en general la nota más positiva de esta experiencia. Pese a que no pude disfrutar gran cosa de las actividades, sí tuve la ocasión de mantener excelentes conversaciones y sentir el apoyo de mis herman@s de armas.

Acudimos el viernes a la primera de las clases, en la que Iker Musitu nos transmitió con su positivo entusiasmo algunos principios extraídos de su dedicado estudio al combate de Fiore. Estas clases tan breves no dan lugar a que estos conocimientos entren bien en el cerebro de esta limitada alumna, pero sí llego a sentir genuina admiración ante la diferente forma de trabajar de cada maestro, no solo en función de la tradición que estudia, sino también a su propia y particular interpretación.

El primer día no dio para más, pues había que abandonar el espacio físico para que este se utilizara en un entrenamiento más propio del siglo XXI. Balonmano, creo recordar.

Uno de los aspectos que más me dificultan este tipo de actividades es el de la alimentación. Entiendo que es complicado contentar a unos cuantos cientos de guerreros, cada cual de su padre y de su madre, pero particularmente esta cyberguerrera trans es anoréxica, y no como macarrones ni cosas así. En definitiva, que durante todo el fin de semana pasé bastantes horas esperando mientras me comía una lata de atún y fantaseaba con una ensalada. En fin, nadie es responsable de mis elecciones salvo yo misma.

Es incorrecto decir que el segundo día empezó con el juego de armas. Todos los días empezaron con una serie de sesiones de calentamiento que a mí me resultaba un poco incómodo, no únicamente por que se me hacía peligroso para el estado de mis codos, sino porque… bueno, se me antoja largo para ser un calentamiento y breve para ser un entrenamiento.

A lo que sí me uní fue al juego de armas, que venían a ser diez asaltos bajo ciertas condiciones. Yo no tenía ninguna expectativa, y no solo porque yo soy la más novata de las tiradoras torpes presentes en el lugar, sino porque me faltaba fuerza y velocidad en lo que intentaba evitar lesionarme más. Pero ni por esas: fue más tensión de la que debería haber afrontado, así que básicamente se acabó el fin de semana de esgrima para mí.

Eso no significa que no pudiera, por supuesto, adquirir ciertos conocimientos. Atendí como oyente a cuantas clases se produjeron y no coincidían con otras clases, porque no tengo la capacidad de desdoblarme, y evidentemente observé muchos asaltos de los que también intenté aprender. Y aunque creo que extraje información relevante, no es en ningún caso tan enriquecedor y divertido como participar.

Y bueno, a pesar de que yo sea la esgrimista más torpe, lesionada y novata de todo el polideportivo, eso no evita que conozca a unas cuantas personas a las que saludar y con las que pasar un buen rato.

Odio lesionarme. Llevaba cinco años sin saltarme una semana de entrenamiento de pesas, y hasta el momento llevo dos. Si hay algo que altera mi cuestionable equilibro emocional es sentirme desvalida.

En fin, el domingo volvimos a Madrid. Mis compañeros tuvieron la amabilidad extrema de dejarme en la puerta de mi casa. Estoy en deuda con todos ellos. Ah, y otro pequeño revés: durante el fin de semana se fue la luz, y una sandía que había en mi nevera se pudrió y esparció una sustancia pegajosa y putrescente sobre el resto de los alimentos. Me consta que no fui la única perjudicada por el mal eléctrico delas tormentas del fin de semana en la comitiva de viaje.

Y esto me lleva a mis conclusiones.

Creo que la más importante de todas es el valor del compañerismo que he recibido, y del que no me siento merecedora en absoluto. Creo que sin el apoyo explícito de mis compañeros y maestros lo habría pasado realmente mal. Y conocer con mayor profundidad a estas personas es para mí un valor que hace que el resto de reveses queden por debajo.

En segundo lugar, para mí queda la experiencia en sí misma. Incluso como mera testigo, observar la práctica de la esgrima medieval supone tal choque cognitivo con las actividades que llevamos a cabo de forma habitual en el siglo XXI, que el simple acto de entender lo que está ocurriendo y observarlo me hace reflexionar. Como ya he mencionado anteriormente, para mí todo esto implica de una forma muy clara del decir “no” a muchos paradigmas perniciosos de nuestro tiempo. Todos los luchadores que estaban ahí presentes estaban concurriendo en un acto de disidencia que tiene un coste relevante, tanto a nivel económico como de tiempo y dedicación. Esto es cierto para todos; desde los maestros, formados en miles de asaltos y cantidad de horas de estudio, a la más torpe de las alumnas (que soy yo), pasando evidentemente por los organizadores, que se dejan la misma salud en enormes esfuerzos.

¿Pueden estos dos valores enfrentarse a la no poca adversidad que he sentido durante el fin de semana? La caminata por el barro cargando con el pesado equipaje, la nevera podrida, las horas mirando al cielo durante comidas de bajo valor nutricional, mis dificultades para socializar en grandes grupos, la culpa por la carga que impongo en terceros y sobre todo las lesiones, me enturbiaron completamente la experiencia. Creo que todas estas cosas son fruto de mis elecciones o de mis condiciones, pero en cualquier caso me llevan a plantearme si querría repetir. Con la lesión mi respuesta es rotundamente “no”, pero incluso sin ella creo que me inclino por lo mismo, lo que no significa que no valore la experiencia por lo que ha sido.

Pero si eres una persona más sana que yo... es decir, no tienes una lesión que te impida participar, comes lo que las personas normalmente comen, no te entra pánico o ansiedad por participar en una reunión social derivada como una cena, y debido a todo ello no lastras a tus queridos compañeros... en ese caso te recomiendo encarecidamente acudir a este evento en 2024 o cualquier año futuro, y si tienes la capacidad de viajar atrás en el tiempo, también en 2023.