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Yo solo quiero bailar

Hay noches en las que tengo un sueño reparador; estoy divinamente vestida con algún vestido hiper chulo, y llevo un montante afilado. Frente a mí, millones y millones de personas hacen esfuerzos por enfrentarseme, pero finalmente hasta el último de ellos sucumbe, y yo me siento en una enorme montaña de cadáveres y disfruto de la paz mundial.

Aunque es un bonito sueño del que me despierto relajada y cómoda, la realidad no tarda en hacerse presente en mi consciencia: no ha ocurrido la extinción humana, y sigo teniendo que decidir si hoy aguanto esta mierda de existencia o me suicido de una vez.

Aunque vivo a medio paso de hundirme completamente en el surrealismo de la disociación de personalidad, algunos eventos tienen el poder de recordarme que no soy la única que recorre un camino de oscuridad. Que un hermoso ángel gótico intoxicado vomite alcohol puro en mis botas mientras grita de dolor y agonía tiene el poder de ponérmelo muy presente. Y no ha sido para nada la única conducta autodestructiva que he visto esa noche.

Pienso en ello después de que el personal de urgencias me interrogue de una forma hostil en una sala de espera del hospital; piensan que la he drogado, o que la he incitado a beber con algún propósito oscuro. Yo solo soy una entidad trans asexual y solamente quería bailar. Al final deben haberme creído, porque por el lugar no aparece la policía. Aun así no me dejan estar con ella, así que soy la única descastada solitaria en la enorme sala de espera.

Pienso en el tipo de local en el que he estado. El alcohol es obviamente frecuente, y aunque no lo haya visto, la lógica me persuade de que también había otras drogas no legales. También fui parte de alguna conversación sobre sexo casual. Visto así, podría decir que yo, que simplemente quiero bailar un rato, estoy más bien de visita en el lugar.

Pero yo no me siento en absoluto por encima de las personas que beben hasta vomitar, o que se drogan con éxtasis o cualquier otra cosa, o que tienen sexo varias veces por semana con tantas personas distintas que ni se acuerdan de sus nombres, porque todas somos personas dolidas o confusas a las que se nos ha retirado el derecho a que nuestras decisiones tengan algún peso sobre nuestro futuro, y de forma más o menos consciente rellenamos el vacío resultante con lo poco a lo que podemos acceder.

Si fuera ingenua, sentiría confusión por la dualidad del mensaje que se recibe. Tenemos campañas de prevención del alcoholismo que coexisten con una promoción del consumo incluso entre políticos, y controles de tráfico fácilmente esquivables porque aparecen de una forma muy evidente en las aplicaciones GPS. Tenemos leyes que dicen que no podemos comprar otras drogas que las que los políticos acepten, pero todo el mundo sabe donde conseguirlas sin que hayan pasado ningún tipo de control sanitario. Y si vas al médico diciendo que algo de esto te desquicia, como mucho conseguirás una receta de ansiolíticos. A mí no me haría falta porque muchas amistades mías tienen armarios repletos.

Los que sí tienen poder, esos inalcanzables seres de arriba, políticos de traje y empresarios ebrios de riqueza hablan de la virtud y las buenas costumbres desde un púlpito de ignorancia e hipocresía. Señalan la ventaja o inconveniente de tal o cual política antidrogas, suben a policías a lanchas para que detengan a los que nos proveen, y toda esta batalla de inacabable absurdo se financia por nuestro consumo y nuestros impuestos. No pretenden ni acotar ni atacar las causas reales de este tipo de problemáticas, porque saben de una forma consciente que estas los involucran al menos de forma indirecta, y que por lo tanto son cuanto menos cooperadores necesarios en la desgracia de la mayoría de las personas.

Una vez cada ciertos años, o cuando a un partido le convenga, se nos dirá a los ciudadanos que elijamos a unos representantes, y se nos disfrazará con un confeti de fingida relevancia y un halo de responsabilidad. Pero la realidad es que este acto está tan podrido y corrupto como todo gobierno. Solo podrán presentarse los partidos financiados por los mismos empresarios que previamente han beneficiado, y recibir respaldo de los medios de comunicación que han financiado. Presentarán listas cerradas de las que no se conoce ni a una docena de integrantes, y programas políticos irrelevantes que en ningún caso van a cumplir.

Como votante individual, no soy nada. Si voto o no voto, es exactamente lo mismo. Si junto todas las papeletas y elijo una al azar, no cambia nada. Importan los medios de comunicación, las redes sociales y como mucho los youtubers instituidos. En ese conjunto se llega a dirimir el resultado que en cualquier caso tampoco me importa demasiado, porque en el partido que están jugando, mi lugar está, como mucho, en el público. Y ni siquiera el que está en las gradas con capacidad de esputarles un repugnante un trozo de salchicha a medio masticar, sino desde mi casa, en la televisión por la que se ve lo que ellos han dicho que se vea. O con peor suerte, desde una mierda de mesa electoral en la que me secuestren para seguir con el teatrillo de ingenuos.

Y eso es lo más parecido que el ciudadano común va a tener de dominar algo su futuro. Una ilusión, una apelación al sesgo de control que llene su cerebro de dopamina si ha ganado su equipo, o de resentimiento y falsa esperanza para que llene las redes sociales de gilipolleces y vaya corriendo a votar de nuevo cuando ellos digan.

Y entre medias te dirán que tienes libertad. Hasta harán ciertos esfuerzos por crear un marco en el que tus sesgos te hagan pensar que la tienes, pero no es así. Vives en la mayor y más perfecta celda que han podido imaginar gente mucho mejor posicionada que tú.

Puedes elegir si trabajas en un puesto cualquiera de una empresa exitosa, o puedes elegir morirte de hambre. Puedes elegir si adoras al maravilloso empresario que se queda los beneficios o si te cagas en sus muertos, pero dará igual lo que elijas, porque él seguirá siendo un millonario exitoso con futuro, y tú una mierda de personita que está a su disposición hasta que dejes de hacerle falta.

Puedes elegir si ves la final del mundial en el bar martínez o el bar fernández. Puedes elegir si te tomas una hamburguesa premium o un apetitoso plato oriental siguiendo la receta de moda importada del exótico país de… no me acuerdo, pero que no se te olvide subir una foto a las redes sociales antes de hincarle el diente. Puedes elegir si juegas orcos o marines, si te vas de vacaciones a Valencia o Vigo, o si quieres hacer un dispendio y pagarte un crucero por el mediterráneo, o una estancia en un resort en Cancún. Puedes elegir si tus próximas zapatillas son azules o verdes, si compras en amazon o en aliexpress, si ves la serie de netflix o la de disney, y en general entre un montón de falsas dicotomías que te darán ilusión de control.

Pero hay cosas en las que sin duda no te van a dejar elegir, porque ya hay un élite encargándose de ello. Nunca tendrás peso alguno en decidir si tu país arma a otro, se mete en un conflicto bélico, o financia a una súper potencia, porque para eso ya hay una élite que nunca justifica sus decisiones. Nunca vas a decidir al presidente del CGPJ porque para eso ya hay un montón de tipos inteligentes con trajes caros que se juntan y hacen un paripé porque ellos son élite y tú no… y son ellos los que decidirán si algún día te encarcelan a ti porque consumiste sustancias que ellos no han aprobado. Tú no decidirás el modelo de salud al que podrás acceder, ni el modelo energético, ni el de consumo de recursos, porque no eres nadie. Ni siquiera puedes acceder a un modelo de suicidio limpio e indoloro, tienes que hacerlo sufriendo porque a ellos les parece mejor.

Y mientras esos jueces, políticos, empresarios, sacerdotes y oficiales deciden cómo va a ser mi vida sin que yo tenga ni un ápice de decisión, solo quiero bailar. Con música alta, a poder ser, y sin que se produzca una comunicación particularmente profunda, para que desaparezca todo este ruido de mi cabeza y pueda gestionar al menos durante un rato mi disociación de personalidad.

Mientras lo hago, seré una célula pustulenta que escapa entre las costuras cutres de una herida que yo no puedo tapar. La élite que sí puede hacerlo está totalmente inmersa en mantener su posición de poder y no le importa la herida, no más que para fingir algo de preocupación en los procesos electorales.

Otras personas tomarán éxtasis, alcohol, opiáceos o ansiolíticos a voluntad. O tendrán sexo con cuatro personas diferentes cada semana, o serán ludópatas, o simplemente se colocarán subiendo fotos a instagram y contando los “like” y comentarios que reciben. Otros, más ingenuos, tienen hijos y se esfuerzan pensando que estos tendrán algo parecido a una vida aceptable en un entorno de decreciente calidad social y ambiental, y finalmente algunos, probablemente los más sinceros y sensatos, han acabado con sus vidas por su propia mano.

No miro a ninguno de ellos con superioridad. Al menos parece que ellos encuentran algo merecedor de sus energías o su tiempo. Yo solo quiero bailar, llegar tarde a mi casa, tumbarme en mi cama y tener un reparador sueño en el que soy la última humana viva, y espero mi propio final escuchando a las rapaces alimentándose de los cadáveres.