Warmduscher
Siempre es raro escribir en el blog de otra identidad. Claro que yo no tengo mi propia presencia online, así que supongo que tendrá que servir, porque en cualquier caso no tengo intención de escribir demasiado. Además, notbornval es lo bastante pequeño y recóndito como para que en verdad no tenga una gran repercusión más allá de la gente que conoce personalmente a Valeria.
Warmduscher es un hermoso insulto que viene del alemán. Figuradamente significa “aquel que no tiene valor para soportar la vida”, pero literalmente significa “aquel que se ducha con agua caliente”. Es realmente genial porque las personas que podemos utilizar este insulto con propiedad no somos tantas, al menos no en el occidente civilizado.
No tengo ni idea de cuál fue la primera ocasión en la que Verion escuchó esta palabra, y no es porque no compartamos memoria, sino que él tampoco se acuerda. Para él era algo más gracioso y curioso que un pensamiento existencial real, porque en realidad Verion era en cierto sentido mucho mejor persona que cualquiera de nosotras. Mucho más gilipollas, sí, pero mejor.
Si alguna vez esta palabra sale de nuestros labios, es porque yo estoy fronteando. Valeria nunca lo hace, y eso no significa que no lo piense, sino que simplemente quiere llevarse bien con la gente, cosa que a mí me da completamente igual. Supongo que en cierto sentido es también débil para aceptar la soledad.
El espectacular avance de la tecnología ha cambiado de una forma muy perceptible no ya la forma de relacionarnos con nuestro entorno, sino también las habilidades y competencias que desarrollamos en nuestras vidas. Evidentemente la industrialización ya tuvo algo que decir en todo eso, pero la informatización ha sido bastante más contundente, hasta el punto de que una gran parte de habilidades de las personas solo tienen sentido en el contexto de su entorno tecnológico. Esto da lugar a sociedades de muy baja resiliencia, pues cualquier retroceso tecnológico producido por un accidente, escasez o guerra la herirá con gravedad.
Y lo que le ocurre a la sociedad, lo hereda el individuo. La mayor parte de personas occidentales desarrollarán típicamente pocas más habilidades que las necesarias para su sustento normalmente definido por su puesto de trabajo. El resto del tiempo seguramente se entreguen a actividades de ocio que requieran poco esfuerzo, hasta el momento de su vida en el que, bueno, se reproduzcan. La limitación de las habilidades aprendidas no será un problema en tanto que las condiciones vitales no cambien gran cosa con respecto al momento en el que adquirieron las mencionadas habilidades: puedes vivir toda una vida apretando siempre la misma tuerca en el mismo puesto de trabajo.
La compleja acumulación de procesos industriales y tecnológicos ha dotado al occidental promedio de comodidades y impensables para un rey medieval. Cosas como transportarnos en un vehículo, cocinar nuestros alimentos en un microondas, ducharnos con agua caliente con solo manipular un mando, o obtener respuestas a nuestras preguntas de forma inmediata, requerían en los tiempos pretéritos una fuerza humana considerable, solo disponible para personas posicionadas en el extremo más alto de la pirámide social… y el resultado era peor.
Pero de la misma forma que un rey o noble de antaño se nos antoja débil y inútil sin toda esa enorme cantidad de sirvientes que prácticamente lo vestían, una persona occidental es también inútil sin todo el constructo tecnológico que ha dado lugar a todas estas comodidades. Mientras que la completa dependencia de esta macroestructura es disfrazada en nuestros días de independencia, la realidad ante la que cerramos los ojos evidencia que ante cualquier imprevisto, ya sea personal o global, alargado en el tiempo o puntual, el individuo es un inútil que no sabe hacer nada por su cuenta y ni siquiera tiene carácter para afrontarlo.
Y si ya esta auto condescendencia parece miserable en un noble medieval, ¿qué calificativo nos queda para un occidental del siglo XXI que tiene inmensas cantidades de información a su disposición, de las que elige una serie de moda y un montón de vídeos de treinta segundos, uno detrás de otro?
Pero esta degeneración del consumo no solamente lleva a un empobrecimiento intelectual, sino también a un descuido de las capacidades físicas. Dentro de una sociedad actual, ya no es que pocas personas sean capaces de caminar o correr largas distancias, sino que ni siquiera podrán subir unas escaleras sin jadear, o levantar un peso si es necesario. Un ser vivo que se aleje tanto del entorno y actividades que condicionaron su evolución puede estar cómodo, pero no va a estar en ningún caso saludable, y seguramente estará sometido a diversas patologías contra las que su sistema no va a poder defenderse.
Pero una sociedad tan comodona no estaría completa sin un sistema de salud preocupado por la capacidad productiva en un sentido laboral. De esta forma contaremos rápidamente con toda una plétora de medicaciones que pondrán remedio a muchos de estos problemas. Muchos de ellos simplemente aliviarán los síntomas, claro, y específicamente tratarán el dolor o alterarán la química cerebral, que es algo barato y funciona a corto plazo, porque en realidad nadie quiere escuchar que eliminar las causas del dolor es caro, requiere esfuerzo, o simplemente ya es demasiado tarde.
Y bueno, claro que hay personas que realizan actividades deportivas que suplen al menos en parte ciertas carencias físicas, pero los que las practican a largo plazo también son una minoría digna de observar. Dejando fuera al “motivado” de turno, o al profesional que en realidad saca dinero de ello, la mayor parte de personas entrenarán, si eso, un periodo de su vida con interés en tener un físico más atractivo, y lo dejarán con el tiempo, bien porque consigan su objetivo de emparejamiento, o bien simplemente porque el esfuerzo es excesivo para los resultados que se obtienen, ¿verdad, warmduscher? Mejor quédate en casa viendo una serie.
Pero aquí hay oportunidad de negocio para un montón de gente espabilada. Desde los creativos entrenadores personales que diseñan rutinas que solo llevan media hora al día sin esfuerzo, a los vendedores de esteroides, sin dejarnos fuera, por supuesto, a toda la industria farmacológica, más loca por encontrar un medicamento para adegazar que para curar la calvicie (y mucho más que por curar la malaria). Todo, menos decirle al occidental medio que tenga un poco de carácter y se vaya a entrenar sin protestar.
Y casi que habría que dar gracias a que el impulso estético de salir mejor en unas fotos de instagram lleve a algunas personas a realizar algunas actividades que redunden mínimamente en mejoras para su salud, al menos durante un periodo de sus vidas, por breve que sea. Pero, honestamente, incluso en este periodo en el que físicamente puedan estar (arbitrariamente) espectaculares, la realidad es que el occidental sigue siendo un niñato débil simplemente adaptado al sistema productivo. En su interior, no tiene carácter para afrontar problema alguno.
La ficción de la exposición continuada de los casos de éxito dibuja en el occidental la falacia de que mientras siga los pasos adecuados para el sistema, le irá bien en la salud, los negocios, las relaciones y cuantos proyectos acometa en la vida. La realidad que nadie quiere afrontar es que las condiciones en las que la vida humana es soportable o al menos fácil, cambian muy rápidamente por accidentes, eventualidades o enfermedades que son comunes. Cuando llegan, ya no es que el sujeto no tenga capacidades físicas para sobrellevarlas con mayor aplomo, sino que ni siquiera está preparado mentalmente porque desde su punto de vista, estas desgracias le ocurren a otras personas.
Para colmo, el concepto de frustración, dificultad o adversidad de un individuo consiste en que internet no funcione una tarde, que su jefe le diga algo en el trabajo, su novia le afee su conducta, que su equipo favorito pierda en los deportes, o que el videojuego con el que se entretiene sea demasiado difícil.
Aquí en este punto sí que le tengo que reconocer al occidental warmduscher una resiliencia que yo no tengo: yo si me veo en una minusvalía cualquiera, me vengo abajo porque mi relación con el mundo es muy física. A mí tener medios adaptados para poder ir del trabajo a casa y poder seguir consumiendo la mierda de series y demás, no me aporta nada.
Pero incluso teniendo en cuenta esta particularidad, el humano occidental no tiene carácter no ya para enfrentarse a las adversidades de la vida, sino a los mínimos impactos que no deberían pasar de anécdotas. Todo el sistema está cuidadosamente cubierto de algodones en absolutamente cualquier aspecto… y si no lo está, pronto habrá alguien que ganará dinero por ponerlo. Y si no lo quieres, lo pondrán igual y ya encontrarán la forma de cobrarte.
Pero la realidad warmduscher no solo está adquirida por la costumbre, sino incluso afianzada en leyes que pueden otorgar una protección más o menos efectiva o ser meramente expresivas. Quizá hubo algún momento de la historia en la que el individuo tuviera alguna capacidad de influir en estas cosas, pero en la actualidad resulta vergonzoso ver cómo el entorno de la lucha política se limita a la petulante queja de las redes sociales, llenas de monóculos rotos. Incluso las expresiones de ira violenta real que fingen surgir de alguna agresión real abandonan muy rápidamente esa causa real para abrazar rápidamente una excusa siempre destinada a defender el derecho a ser warmduscher.
Incluso los mismos actos violentos mencionados están muy lejos de ser otra cosa que ocio de fin de semana disfrazado de fuerza. La capacidad de un warmduscher de inmiscuirse en una pelea está siempre condicionada a la evidencia de vencer en dicho conflicto, ya sea por la incapacidad del otro, o por la aplastante superioridad numérica. Que a ver, entiendo que enfrentarse a alguien en igualdad de condiciones, mirándole a los ojos, es un poco innecesario, pero más lo es organizar una turba para quedar guay en instagram.
Para colmo, el warmduscher se justifica a sí mismo, hasta la parodia de señalar que la siguiente generación no está hecha al sufrimiento. En general este tipo de debilidad de carácter va a encontrar muy rápidamente excusas para justificar su posición, con lo que se vuelve una víctima autoimpuesta a cuanto sesgo cognitivo pase por ahí. De nuevo, las exigencias para mantener una seguridad de gente sin carácter se sustentarán en posiciones políticas de presión para que se defiendan o cimenten legislaciones específicas. Si acaso se acaba produciendo algún cambio, nunca se traducirá en elementos de seguridad activa, que son los que pueden crear resiliencia, sino como mucho de seguridad pasiva; un warmduscher nunca querrá esforzarse en crear seguridad para sí mismo, sino que querrá que el sistema se la garantice, y si sus sesgos cognitivos no le valen para ocultar que es una ilusión, simplemente querrá que se inviertan más recursos, hasta el infinito.
Pero los pilares de la existencia warmduscher están desvirtuados desde las mismas necesidades básicas del ser humano. La alimentación ya no es tanto una forma de proveerse nutrientes necesarios y saludables sino que obedece a la necesidad de proveerse un placer sensorial a despecho de que no sea ni remotamente óptimo para su vida. Y bueno, ni que decir que las prioridades sexuales hace mucho que se han convertido en una forma muy rápida de obtener placer a despecho de las consecuencias. Pero claro, apenas se merece una línea en un artículo sobre lo warmduscher que es todo, porque muy por encima está la visión en la que también las relaciones afectivas son bienes de consumo que son cortados de raíz en cuanto no cumplen con alguna expectativa de confort.
Y podría seguir durante mucho tiempo, muy por encima de lo razonable para un texto de internet porque cada puta mierda que se hace y se dice es débil hasta lo deleznable. Cada noticia destinada a manipular imbéciles, cada cutre vídeo de youtube con un listillo evidenciando su propia debilidad, cada miserable reseña petulante que evidencia la presunción de cada individuo de que merece algo más… absolutamente todo lo que se ve se puede entender y argumentar como una forma en la que el ser humano del siglo XXI es una patética vergüenza acomodada en un progreso que no sabe aprovechar, sino del que se vuelve cada vez más dependiente.
Concluiré diciendo que de todas las expresiones warmduscher, quizá la que me parece más patética y miserable de todas es el temor ante la muerte o en general la desaparición de la identidad. Ante esta cobardía que en verdad casi nadie quiere afrontar queda patente el excesivo aprecio que cada uno de los integrantes de toda esa masa de seres tan débiles como prescindibles tiene por sí mismo.
Warmduscher es un hermoso insulto que viene del alemán. Figuradamente significa “aquel que no tiene valor para soportar la vida”, pero literalmente significa “aquel que se ducha con agua caliente”. Es realmente genial porque las personas que podemos utilizar este insulto con propiedad no somos tantas, al menos no en el occidente civilizado.
No tengo ni idea de cuál fue la primera ocasión en la que Verion escuchó esta palabra, y no es porque no compartamos memoria, sino que él tampoco se acuerda. Para él era algo más gracioso y curioso que un pensamiento existencial real, porque en realidad Verion era en cierto sentido mucho mejor persona que cualquiera de nosotras. Mucho más gilipollas, sí, pero mejor.
Si alguna vez esta palabra sale de nuestros labios, es porque yo estoy fronteando. Valeria nunca lo hace, y eso no significa que no lo piense, sino que simplemente quiere llevarse bien con la gente, cosa que a mí me da completamente igual. Supongo que en cierto sentido es también débil para aceptar la soledad.
El espectacular avance de la tecnología ha cambiado de una forma muy perceptible no ya la forma de relacionarnos con nuestro entorno, sino también las habilidades y competencias que desarrollamos en nuestras vidas. Evidentemente la industrialización ya tuvo algo que decir en todo eso, pero la informatización ha sido bastante más contundente, hasta el punto de que una gran parte de habilidades de las personas solo tienen sentido en el contexto de su entorno tecnológico. Esto da lugar a sociedades de muy baja resiliencia, pues cualquier retroceso tecnológico producido por un accidente, escasez o guerra la herirá con gravedad.
Y lo que le ocurre a la sociedad, lo hereda el individuo. La mayor parte de personas occidentales desarrollarán típicamente pocas más habilidades que las necesarias para su sustento normalmente definido por su puesto de trabajo. El resto del tiempo seguramente se entreguen a actividades de ocio que requieran poco esfuerzo, hasta el momento de su vida en el que, bueno, se reproduzcan. La limitación de las habilidades aprendidas no será un problema en tanto que las condiciones vitales no cambien gran cosa con respecto al momento en el que adquirieron las mencionadas habilidades: puedes vivir toda una vida apretando siempre la misma tuerca en el mismo puesto de trabajo.
La compleja acumulación de procesos industriales y tecnológicos ha dotado al occidental promedio de comodidades y impensables para un rey medieval. Cosas como transportarnos en un vehículo, cocinar nuestros alimentos en un microondas, ducharnos con agua caliente con solo manipular un mando, o obtener respuestas a nuestras preguntas de forma inmediata, requerían en los tiempos pretéritos una fuerza humana considerable, solo disponible para personas posicionadas en el extremo más alto de la pirámide social… y el resultado era peor.
Pero de la misma forma que un rey o noble de antaño se nos antoja débil y inútil sin toda esa enorme cantidad de sirvientes que prácticamente lo vestían, una persona occidental es también inútil sin todo el constructo tecnológico que ha dado lugar a todas estas comodidades. Mientras que la completa dependencia de esta macroestructura es disfrazada en nuestros días de independencia, la realidad ante la que cerramos los ojos evidencia que ante cualquier imprevisto, ya sea personal o global, alargado en el tiempo o puntual, el individuo es un inútil que no sabe hacer nada por su cuenta y ni siquiera tiene carácter para afrontarlo.
Y si ya esta auto condescendencia parece miserable en un noble medieval, ¿qué calificativo nos queda para un occidental del siglo XXI que tiene inmensas cantidades de información a su disposición, de las que elige una serie de moda y un montón de vídeos de treinta segundos, uno detrás de otro?
Pero esta degeneración del consumo no solamente lleva a un empobrecimiento intelectual, sino también a un descuido de las capacidades físicas. Dentro de una sociedad actual, ya no es que pocas personas sean capaces de caminar o correr largas distancias, sino que ni siquiera podrán subir unas escaleras sin jadear, o levantar un peso si es necesario. Un ser vivo que se aleje tanto del entorno y actividades que condicionaron su evolución puede estar cómodo, pero no va a estar en ningún caso saludable, y seguramente estará sometido a diversas patologías contra las que su sistema no va a poder defenderse.
Pero una sociedad tan comodona no estaría completa sin un sistema de salud preocupado por la capacidad productiva en un sentido laboral. De esta forma contaremos rápidamente con toda una plétora de medicaciones que pondrán remedio a muchos de estos problemas. Muchos de ellos simplemente aliviarán los síntomas, claro, y específicamente tratarán el dolor o alterarán la química cerebral, que es algo barato y funciona a corto plazo, porque en realidad nadie quiere escuchar que eliminar las causas del dolor es caro, requiere esfuerzo, o simplemente ya es demasiado tarde.
Y bueno, claro que hay personas que realizan actividades deportivas que suplen al menos en parte ciertas carencias físicas, pero los que las practican a largo plazo también son una minoría digna de observar. Dejando fuera al “motivado” de turno, o al profesional que en realidad saca dinero de ello, la mayor parte de personas entrenarán, si eso, un periodo de su vida con interés en tener un físico más atractivo, y lo dejarán con el tiempo, bien porque consigan su objetivo de emparejamiento, o bien simplemente porque el esfuerzo es excesivo para los resultados que se obtienen, ¿verdad, warmduscher? Mejor quédate en casa viendo una serie.
Pero aquí hay oportunidad de negocio para un montón de gente espabilada. Desde los creativos entrenadores personales que diseñan rutinas que solo llevan media hora al día sin esfuerzo, a los vendedores de esteroides, sin dejarnos fuera, por supuesto, a toda la industria farmacológica, más loca por encontrar un medicamento para adegazar que para curar la calvicie (y mucho más que por curar la malaria). Todo, menos decirle al occidental medio que tenga un poco de carácter y se vaya a entrenar sin protestar.
Y casi que habría que dar gracias a que el impulso estético de salir mejor en unas fotos de instagram lleve a algunas personas a realizar algunas actividades que redunden mínimamente en mejoras para su salud, al menos durante un periodo de sus vidas, por breve que sea. Pero, honestamente, incluso en este periodo en el que físicamente puedan estar (arbitrariamente) espectaculares, la realidad es que el occidental sigue siendo un niñato débil simplemente adaptado al sistema productivo. En su interior, no tiene carácter para afrontar problema alguno.
La ficción de la exposición continuada de los casos de éxito dibuja en el occidental la falacia de que mientras siga los pasos adecuados para el sistema, le irá bien en la salud, los negocios, las relaciones y cuantos proyectos acometa en la vida. La realidad que nadie quiere afrontar es que las condiciones en las que la vida humana es soportable o al menos fácil, cambian muy rápidamente por accidentes, eventualidades o enfermedades que son comunes. Cuando llegan, ya no es que el sujeto no tenga capacidades físicas para sobrellevarlas con mayor aplomo, sino que ni siquiera está preparado mentalmente porque desde su punto de vista, estas desgracias le ocurren a otras personas.
Para colmo, el concepto de frustración, dificultad o adversidad de un individuo consiste en que internet no funcione una tarde, que su jefe le diga algo en el trabajo, su novia le afee su conducta, que su equipo favorito pierda en los deportes, o que el videojuego con el que se entretiene sea demasiado difícil.
Aquí en este punto sí que le tengo que reconocer al occidental warmduscher una resiliencia que yo no tengo: yo si me veo en una minusvalía cualquiera, me vengo abajo porque mi relación con el mundo es muy física. A mí tener medios adaptados para poder ir del trabajo a casa y poder seguir consumiendo la mierda de series y demás, no me aporta nada.
Pero incluso teniendo en cuenta esta particularidad, el humano occidental no tiene carácter no ya para enfrentarse a las adversidades de la vida, sino a los mínimos impactos que no deberían pasar de anécdotas. Todo el sistema está cuidadosamente cubierto de algodones en absolutamente cualquier aspecto… y si no lo está, pronto habrá alguien que ganará dinero por ponerlo. Y si no lo quieres, lo pondrán igual y ya encontrarán la forma de cobrarte.
Pero la realidad warmduscher no solo está adquirida por la costumbre, sino incluso afianzada en leyes que pueden otorgar una protección más o menos efectiva o ser meramente expresivas. Quizá hubo algún momento de la historia en la que el individuo tuviera alguna capacidad de influir en estas cosas, pero en la actualidad resulta vergonzoso ver cómo el entorno de la lucha política se limita a la petulante queja de las redes sociales, llenas de monóculos rotos. Incluso las expresiones de ira violenta real que fingen surgir de alguna agresión real abandonan muy rápidamente esa causa real para abrazar rápidamente una excusa siempre destinada a defender el derecho a ser warmduscher.
Incluso los mismos actos violentos mencionados están muy lejos de ser otra cosa que ocio de fin de semana disfrazado de fuerza. La capacidad de un warmduscher de inmiscuirse en una pelea está siempre condicionada a la evidencia de vencer en dicho conflicto, ya sea por la incapacidad del otro, o por la aplastante superioridad numérica. Que a ver, entiendo que enfrentarse a alguien en igualdad de condiciones, mirándole a los ojos, es un poco innecesario, pero más lo es organizar una turba para quedar guay en instagram.
Para colmo, el warmduscher se justifica a sí mismo, hasta la parodia de señalar que la siguiente generación no está hecha al sufrimiento. En general este tipo de debilidad de carácter va a encontrar muy rápidamente excusas para justificar su posición, con lo que se vuelve una víctima autoimpuesta a cuanto sesgo cognitivo pase por ahí. De nuevo, las exigencias para mantener una seguridad de gente sin carácter se sustentarán en posiciones políticas de presión para que se defiendan o cimenten legislaciones específicas. Si acaso se acaba produciendo algún cambio, nunca se traducirá en elementos de seguridad activa, que son los que pueden crear resiliencia, sino como mucho de seguridad pasiva; un warmduscher nunca querrá esforzarse en crear seguridad para sí mismo, sino que querrá que el sistema se la garantice, y si sus sesgos cognitivos no le valen para ocultar que es una ilusión, simplemente querrá que se inviertan más recursos, hasta el infinito.
Pero los pilares de la existencia warmduscher están desvirtuados desde las mismas necesidades básicas del ser humano. La alimentación ya no es tanto una forma de proveerse nutrientes necesarios y saludables sino que obedece a la necesidad de proveerse un placer sensorial a despecho de que no sea ni remotamente óptimo para su vida. Y bueno, ni que decir que las prioridades sexuales hace mucho que se han convertido en una forma muy rápida de obtener placer a despecho de las consecuencias. Pero claro, apenas se merece una línea en un artículo sobre lo warmduscher que es todo, porque muy por encima está la visión en la que también las relaciones afectivas son bienes de consumo que son cortados de raíz en cuanto no cumplen con alguna expectativa de confort.
Y podría seguir durante mucho tiempo, muy por encima de lo razonable para un texto de internet porque cada puta mierda que se hace y se dice es débil hasta lo deleznable. Cada noticia destinada a manipular imbéciles, cada cutre vídeo de youtube con un listillo evidenciando su propia debilidad, cada miserable reseña petulante que evidencia la presunción de cada individuo de que merece algo más… absolutamente todo lo que se ve se puede entender y argumentar como una forma en la que el ser humano del siglo XXI es una patética vergüenza acomodada en un progreso que no sabe aprovechar, sino del que se vuelve cada vez más dependiente.
Concluiré diciendo que de todas las expresiones warmduscher, quizá la que me parece más patética y miserable de todas es el temor ante la muerte o en general la desaparición de la identidad. Ante esta cobardía que en verdad casi nadie quiere afrontar queda patente el excesivo aprecio que cada uno de los integrantes de toda esa masa de seres tan débiles como prescindibles tiene por sí mismo.