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Una trans en la fiesta de cumpleaños de una princesa

Últimamente tengo la sensación de que me sale todo mal. Quizá sea fruto de cierta tristeza personal, o simplemente un cúmulo de malas circunstancias, o ando floja de don de la oportunidad, del cual esta anécdota bien puede ser el ejemplo más evidente.

Ayer martes yo tenía una cita médica en un servicio privado, pues se trata de una lesión deportiva no cubierta por el servicio de salud de la seguridad social. Acudo a una profesional excelsa en estos asuntos que ejerce en el barrio del retiro, y como mi vehículo privado está en prolongadas reparaciones (una anécdota en sí misma) tomé la decisión de desplazarme en transporte público. A fin de no cometer errores, calculé muy bien todos los tiempos, e incluso contacté con una oriunda del citado barrio para saber si habían concluido las obras en la línea uno de metro. ¿Suficiente planificación? No.

Cuando el tren de metro en el que me desplazaba recorría el centro de la ciudad, se comunicó por megafonía, literalmente “este tren no pasará de la siguiente estación por una incidencia en las instalaciones”. Yo, que llevo un cúmulo de malas circunstancias, bufé para mi interior y me bajé del vagón. Tras una breve conversación con un amable empleado del sistema de transportes, decidí realizar caminando los tres kilómetros que me separaban de mi destino. ¡Error!

Cuando salí de la estación me vi rodeada en todas direcciones por una abrumadora cantidad de personas equipadas con muchísimas banderas cuyo tamaño variaba desde “este es mi A5” a “bajo mi capa cabe un revólver”. Miré en rededor preguntándome si me había metido en alguna manifestación de vox en contra de la amnistía y si acaso había cometido el último error de mi vida. El lugar no brillaba por su pluralidad.

En este punto debo explicar que mi aspecto no era el general. Yo llevaba medias, vestido negro, abrigo ligero rosa chicle, y maquillaje. Y salvando a algún trabajador que luchaba por entregar sus mercancías, todo lo demás eran patriotas decentemente vestidos, o como mucho alguna agrupación de honorables rapados cuyas grandes banderas exigían largos palos para ondear de forma efectiva.

Mis cyberreflejos me permitieron moverme rápido, pero como en una pesadilla fatal, mis maniobras solo daban con vallas, muchedumbres, o calles cortadas. Entonces fui consciente de que por el lugar había muchísimos hombres de uniforme: policías, militares, infantes de marina… y mis cyberoidos me permitieron captar alguna conversación en la que se mencionaba la celebración de cumpleaños de la princesa.

Pude entonces clasificar las miradas que algunos patriotas de dirigían. Estaban los que por su entorno no habían visto nunca a ninguna trans, y los que sí sabían lo que era, pero que no parecían muy dispuestos a que una (tan cantosa además) empañara el honor del real aniversario.

Yo no había ido a dar problemas con mi indigna presencia, simplemente quería desaparecer del lugar y encontrarme con mi terapeuta, y por fortuna logré encontrar un vector que me alejaba de la agrupación de patriotas, y cada vez el número controles policiales fue menor. Por desgracia eso también me alejó de mi destino.

La parte buena de todo esto es que mis largas piernas sí me permitieron llegar a tiempo a mi cita, con una holgura de exactamente cero minutos, y ya se me pasó un poco el susto.

Supongo que es mi culpa por no estar al tanto del día del aniversario de los miembros de la casa real, pero yo creo que sería prudente que las autoridades avisaran si va a haber una concentración peligrosa para algún colectivo en particular, para que simplemente tomemos otra ruta.

Por cierto, como apunte adicional final, me resulta muy curioso que el mensaje de megafonía citara que “este tren no pasará de la siguiente estación por una incidencia en las instalaciones”. ¿En qué punto se puede considerar al cumpleaños de una princesa como una incidencia en las instalaciones?.