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Un buen asalto

Hace no demasiados días la cuenta de instagram de la sala carranza publicó este pequeño vídeo con un hermoso texto que señala el progreso técnico de las personas implicadas, pero también menciona las cuestiones relativas a las relaciones personales, como el respeto y la camaradería.

Para mí fue un motivo personal de alegría porque... bueno, yo soy una de las personas que aparecen. Lo tengo muy claro por mis protecciones, porque recuerdo la situación en la que se produjo, pero sobre todo porque al final se puede escuchar mi identificable risa: HAA HAA HA.

La otra persona que aparece en el vídeo es mi amiga Lydia, quien empezó esgrima más o menos a la vez que yo. Esta circunstancia nos ha llevado a ser conscientes de los principios básicos que permiten desarrollar una amistad sincera. Esto me parece especialmente enriquecedor porque nuestras experiencias vitales son extremadamente diferentes, y no solamente en contenidos, sino en duración, pues yo le doblo la edad. Estas condiciones no son óbice, no obstante, para que no desarrollemos buenos lazos y hayamos podido realizar actividades fuera de la sala, sin ningún interés más allá de la citada amistad.

Pero esto sí tiene unas consecuencias dentro de la sala y especialmente dentro de los asaltos, y es que Lydia y yo tiramos con mucho juego, con mucho más humor que marcialidad, y desde luego sin ningún ego durante la práctica. Y esto da lugar a circunstancias muy curiosas, porque nos permitimos practicar contenidos específicos de enseñanzas concretas, hasta el punto de que nos es muy fácil establecer una comunicación de intenciones sin tener que usar las palabras.

Habitualmente yo intuyo lo que Lydia va a hacer, y tengo pocas dudas de que ella también lo sabe de mí. A veces podemos sorprendernos haciendo otra cosa (y es parte del juego, también), pero muchas otras simplemente ejecutamos las maniobras previstas como en un ejercicio de costura conjunta y nos permitimos bordar una resolución que no es la ejecución más violenta y realista del arte marcial, pero sí nos permite poner en práctica conceptos que hemos estudiado en clase pero que es difícil poner en su contexto en tiempo real.

Yo no me considero para nada una persona hábil, así que lo que otras personas mucho más capacitadas parecen transportar con fluidez desde el contenido lectivo a la práctica en tiempo real, a mí me exige muchísima repetición para que me entre en la mollera, de manera que esta práctica controlada me ha permitido interiorizar gestos técnicos que realmente se me atascaban, como es el caso de la media espada. No es que me considere en absoluto experta, pero creo que ahora puedo integrarlo en mi práctica a cualquier intensidad.

No pretendo decir que esta relación entre Lydia y yo sea algo excepcional, simplemente una de las muchas relaciones que se dan en una sala de armas, y que terminan integrando de una forma natural la curiosa relación entre amistad y marcialidad.

Por eso me río en el vídeo. Porque en la costura que Lydia y yo estábamos formando, ocurrió algo extraño, un patrón que cambió la forma en la que concluyó ese asalto, y el final no era lo que ninguna de las dos esperábamos cuando tomamos las agujas y tiramos las primeras puntadas.