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Las guerreras trans cyberpunk se joden con su necrónimo

A veces se me pregunta a mí, Valeria, si voy a cambiar mi nombre y género en el registro. Sería una actitud del todo razonable si tenemos en cuenta que es básicamente el nombre que estoy utilizando en todos los ámbitos de mi vida, y que mi necrónimo me causa un importante rechazo. En este sentido incluso se podría decir que estoy cometiendo cierto acto de falsedad al no transmitirlo oficialmente.

Pero el asunto es muy fino. O sea, está claro por la intensidad del debate social que mi identidad de género no es algo personal que yo tenga que decidir, sino que es un asunto de estado que puede ser muy relevante a nivel político, así que no hay que dejarse llevar por la ilusión, y por lo tanto debo valorar esta acción con toda la información que esté a mi disposición.

Quiero remarcar que realmente me haría ilusión realizar el cambio administrativo. Creo que es algo que me haría sentir validada, y el hecho de que las entidades oficiales y no tan oficiales tuvieran que tratarme por mi nombre, me haría sentir bien. Sería una mejora para mi auto apreciación. De verdad, que sería TAN genial no volver a escuchar ese condescendiente “bueno, caballero, yo le tengo que llamar por lo que pone en su DNI”.

Lo más curioso de todo esto es que básicamente yo no podría hacer ningún cambio con otra ley que no sea la actual de auto determinación. No tomo hormonas, ni pienso tomarlas. No tengo el dictamen de un psicólogo, ni creo que deba tenerlo. Se diría que los valedores externos de mi cambio de género son las personas que me respetan, mi indumentaria y mi pintalabios. Y esto es relevante porque la práctica totalidad de los partidos que actualmente se presentan al congreso llevan en su agenda la derogación de la ley trans.

Yo no sé que va a salir de todo eso, y la inseguridad jurídica al respecto me genera desasosiego. En este sentido, los lectores de Eina quizá hayan observado la fantasía de empoderamiento de identidad de género que dicha novela expresa. Pero incluso aunque así se perciba, a Eina (que es como yo, pero mucho mejor que yo) no siempre le salen las cosas bien. Ella se ha autodeterminado de facto, casi hackeando el sistema, y nadie puede decirle nada porque su realidad legal dice que es una mujer, pero eso también tiene consecuencias negativas para ella.

Y de alguna forma creo que este es el problema que a mí me va a tocar vivir. Yo no puedo exigir esa realidad administrativa porque no está sujeta a mi voluntad, sino a la de los legisladores, y para ellos la identidad de género es muy importante.

Para mí, de alguna forma, la ley de autodeterminación de género fue muy inesperada, pero también pienso que va a ser igual de fugaz. Viene a ser una moneda de cambio con la que contentar a los fanáticos de una u otra facción sin molestar más que a una maltrecha minoría de una minoría, que somos las personas trans.

Tal y como yo lo veo, la problemática sustancial de todo esto es que no ha habido bastante sangre como para que este derecho esté grabado no solo en el subconsciente colectivo, sino también en la muy oportunista memoria de los legisladores. Debido a esto, nuestro bienestar no tiene ningún valor.

Y mucho ojo, que sí que se ha derramado sangre. Antes de decidirme a dar el paso de manifestar mi identidad de género, me sometí al esfuerzo disuasorio de la verdad, y me leí cada una de las agresiones a una persona trans a las que he podido acceder, incluyendo sentencias judiciales, cuando estaban disponibles.

Tal y como yo lo veo, no hay que hacerse demasiadas ilusiones con un derecho que se ha obtenido sin MUCHA lucha. Y aunque sé que se ha luchado desde la comunidad LGTBI+, esta lucha ha tenido un peso muy desigual en función al colectivo, desde la comunidad gay, que realmente sí que ha sufrido y combatido lo indecible, la trans, que no tanto, y la no binaria, que si eso algún día del futuro aparecerá en alguna ley.

E incluso las tendencias más fuertemente establecidas en este sentido palidecen en comparación con los derechos obtenidos mediante los más importantes disturbios sociales, como puedan ser los derechos laborales más fuertemente establecidos, como la duración de jornada laboral, o otros tantos que exceden al ámbito del presente artículo. Vaya usted a decirles a unos cuantos millones de trabajadores que ahora curran doce horas al día, y le digo cuando dura el gobierno, sea del color que sea.

Para mí este es, básicamente, el problema. Tal y como yo lo veo, somos un colectivo muy maltratable, extremadamente difuso, tremendamente pacifista, y por todo ello, con una escasísima capacidad combativa. Nuestro destino pasa, por lo tanto, por el capricho de los legisladores de cada momento.

Pero en fin, por verle el lado positivo, en la inmensidad delirante del cyberpunk 2M23, la realidad legislativa vive muy separada de lo que aquí voy a señalar como realidad operativa. Y en mi realidad operativa, yo siempre salgo de casa… con mi pintalabios negro, mi más constante herramienta de empoderamiento y expresión externa trans.