Las guerreras trans cyberpunk mueren solas
Nota: Sé que lo que cito en este artículo no es exclusivo de las personas trans, como también sé que la anorexia tampoco lo es. Pero este es mi blog, y escribo lo que me da la gana. Sé que hay un montón de gente solitaria -como yo- que se suicida en navidad, y todo eso, así que encomiendo a cada cual a que se abra su irrelevante blog. Este es el mío, y en él hablo de cuestiones trans (casi) todo el puto rato.
Obraré en esta narración como gusta a los guionistas más básicos, por orden cronológico, y por lo tanto empezaré por el principio de los hechos que atañen a esta historia. No tengo que remontarme más que al viernes pasado, el día cinco de mayo del fatídico año de nuestro cyberseñor 2M23. Me encontraba yo en mi cutre piso unipersonal cyberpunk de ciudad asfixiantemente cálida del mundo agonizante, al término de mi miserable jornada laboral en una de las condiciones citadas en mi artículo sobre ser trans y anoréxica. Vamos, que me levanté pesando 80 kilos y me sentí como el culo.
En mi humilde descargo, diré que me sería más fácil mantenerme en el peso que me satisface si no estuviera dividiendo mi tiempo entre un trabajo que me deprime, y la también deprimente tarea de preparar una mudanza involuntaria que yo no deseo (y que es a la fuerza). Este continuo de tareas desagradables me lleva a comer de una forma muy ansiosa, ya que… bueno, es placentero.
El caso es que venía a ser mi hora de correr dentro de mi entrenamiento habitual, pero pensé: ¿y si aprovecho que tengo un rato más para hacerme veinte kilómetros en lugar de diez? Solo tengo que forzarlo hasta el punto de batir mi record personal, y listo. ¿Qué puede salir mal? Pues varias cosas.
En este punto tengo que añadir algo que es un poco vergonzoso. Ante el tedio de las tareas repetitivas y alienantes, o el de los retos difíciles para los que no tengo inspiración, suelo inventarme historias fantásticas en las que me sumo un poco para que el asunto resulte más divertido. Vamos, como una niña de cinco años, pero no se lo digo a nadie. No voy a especificar qué escenario me monté para esta carrera, porque es un poco íntimo y un poco cursi, así que si crees que tienes confianza, pues me lo preguntas personalmente. Digamos que en mi fantasía, tenía que llegar a un sitio en un tiempo límite.
El caso es que cuando llevaba la mitad exacta, estaba desfondada. Había valorado incorrectamente mis fuerzas, o el efecto de los treinta grados de temperatura, o a saber qué: de verdad que no podía más, así que me dije que era el momento de regresar a casa. Y entonces una vocecilla me dijo en mi cabeza. “¿y si fuera verdad?, ¿esto sería todo lo que darías de ti?, ¿tendrías tan poca voluntad?”.
Así que seguí. Como si algo realmente MUY importante, mucho más que mi propia vida, dependiera de ello. Durante toda la segunda mitad del trayecto, con inmenso dolor y sufrimiento. Y si a la mitad estaba desfondada, al final estaba sin fuerzas. Pero eso era solo la primera parte de mi historia: cuarenta minutos después estaba maquillada y lista para recibir una clase de esgrima histórica.
Y vaya si la recibí: pomazos en la cara, porque mayo es el maldito mes del cuerpo a cuerpo. Y no se piensen que no los devolví, y luego hice asaltos al ritmo que pude. Y esto pudo haber sido todo, pero no en el sentido de que se acabara la historia, sino que (exageración) me podría haber muerto. Me puse mal, realmente mal, con ganas de vomitar continuadas, un dolor de cabeza bastante cabrón, y un cansancio que me impedía hasta levantar los brazos.
El sábado empezó fatal, con bastante fiebre y dolor de cabeza. Logré comer algo, y por lo menos ni vomité ni tenía diarrea. Me mantuve despierta unas pocas horas e intenté seguir organizando algo de mi mudanza, pero en verdad acabé cayendo de nuevo en la cama entre dolores y temblores (temblores bajo un edredón a treinta grados). Y no voy a decir que fuera la peor enfermedad de mi vida, pero sí que me sentía muy mal y que afectaba a mi ánimo. Y nadie, en ese momento, se sentaba a mi lado, me llevaba un paracetamol o me decía “mi valiente guerrera”.
Bueno, vale, sé que más que valiente fui estúpida, pero estaba muy malita, ¿vale? Me habría venido bien escuchar tres palabras amables y recibir una caricia.
Desperté por la tarde todavía hecha una puñetera mierda, y me pasé el resto del día más o menos así. Cuando me acosté el dolor de cabeza estaba más controlado, pero aún tenía escalofríos. Esa noche sudé lo que quedaba de fiebre, y me desperté empapada, pero saludable. Una hora después estaba entrenando pesas, y cuando acabé, puse lavadoras (con sábanas también, por el sudor), aspiré, cociné, fregué y seguí organizando mi mudanza de mierda.
Ya estoy bien. No volverá a pasar, cyberjuez, he aprendido la lección, de verdad. No hace falta que me vuelva a enviar las plagas para castigarme.
Pero el rato que estuve muriéndome de asco, me lo estuve muriendo sola. Ya no tengo ninguna familia, y lo de las relaciones emocionales no se me daba bien ni fingiendo ser cis, así que no quiero decir cerrando el espectro a las personas que me pudieran aceptar como trans. Tengo amistades, claro, pero las amistades no se implican a este nivel, y es normal porque en el aborrecible universo cyberpunk 2023 todo el mundo vive apresuradamente y a sus problemas. Ni me molesté, para no verme humillada por una conversación como la siguiente exageración narrativa:
Valeria: “arg, me encuentro muy mal, ¿puedes venir ayudarme por favor?”.
Amiga: “Claro que sí, amor, ¿cuando?”
Valeria: “¿Cómo que cuando?”
Amiga: “Quieres decir, hoy.”
Valeria: “Sí, me encuentro muy mal hoy.”
Amiga: “Pues es que me pillas saliendo para el campo y este es el primer fin de semana en un mes que no me toca niños, así que me temo que no puedo. ¿Qué te parece mañana?”
Valeria: “Bueno, supongo que mañana segui…”
Amiga: “Ah, que me recuerdan que mañana ya lo había comprometido, que torpe por mi parte. Pero el lunes te llamo sin falta. Esta semana nos vemos, o a la siguiente a más tardar. Venga, encanto, mejórate.”
A despecho de que obviamente esto es una pequeña exageración, la realidad es que este tipo de soledad es algo a lo que mi camino me ha llevado, y que tengo que asumir. El día que no esté con unas fiebres fruto de mi inconsciencia, sino que me muera de verdad, no podré contar con nadie. Yo he cuidado de una persona enferma durante bastante tiempo, y sé el esfuerzo y dedicación que exige, y sé que nadie lo va a hacer por mí.
Por verle el lado positivo, queda demostrado que aún puedo correr veinte km bajo treinta grados en un tiempo majo, y luego pelearme cuerpo a cuerpo con espadas. Si alguien quiere contratar a una guerrera trans cyberpunk, mi espada está en alquiler. Pero la calidad no es barata.
Obraré en esta narración como gusta a los guionistas más básicos, por orden cronológico, y por lo tanto empezaré por el principio de los hechos que atañen a esta historia. No tengo que remontarme más que al viernes pasado, el día cinco de mayo del fatídico año de nuestro cyberseñor 2M23. Me encontraba yo en mi cutre piso unipersonal cyberpunk de ciudad asfixiantemente cálida del mundo agonizante, al término de mi miserable jornada laboral en una de las condiciones citadas en mi artículo sobre ser trans y anoréxica. Vamos, que me levanté pesando 80 kilos y me sentí como el culo.
En mi humilde descargo, diré que me sería más fácil mantenerme en el peso que me satisface si no estuviera dividiendo mi tiempo entre un trabajo que me deprime, y la también deprimente tarea de preparar una mudanza involuntaria que yo no deseo (y que es a la fuerza). Este continuo de tareas desagradables me lleva a comer de una forma muy ansiosa, ya que… bueno, es placentero.
El caso es que venía a ser mi hora de correr dentro de mi entrenamiento habitual, pero pensé: ¿y si aprovecho que tengo un rato más para hacerme veinte kilómetros en lugar de diez? Solo tengo que forzarlo hasta el punto de batir mi record personal, y listo. ¿Qué puede salir mal? Pues varias cosas.
En este punto tengo que añadir algo que es un poco vergonzoso. Ante el tedio de las tareas repetitivas y alienantes, o el de los retos difíciles para los que no tengo inspiración, suelo inventarme historias fantásticas en las que me sumo un poco para que el asunto resulte más divertido. Vamos, como una niña de cinco años, pero no se lo digo a nadie. No voy a especificar qué escenario me monté para esta carrera, porque es un poco íntimo y un poco cursi, así que si crees que tienes confianza, pues me lo preguntas personalmente. Digamos que en mi fantasía, tenía que llegar a un sitio en un tiempo límite.
El caso es que cuando llevaba la mitad exacta, estaba desfondada. Había valorado incorrectamente mis fuerzas, o el efecto de los treinta grados de temperatura, o a saber qué: de verdad que no podía más, así que me dije que era el momento de regresar a casa. Y entonces una vocecilla me dijo en mi cabeza. “¿y si fuera verdad?, ¿esto sería todo lo que darías de ti?, ¿tendrías tan poca voluntad?”.
Así que seguí. Como si algo realmente MUY importante, mucho más que mi propia vida, dependiera de ello. Durante toda la segunda mitad del trayecto, con inmenso dolor y sufrimiento. Y si a la mitad estaba desfondada, al final estaba sin fuerzas. Pero eso era solo la primera parte de mi historia: cuarenta minutos después estaba maquillada y lista para recibir una clase de esgrima histórica.
Y vaya si la recibí: pomazos en la cara, porque mayo es el maldito mes del cuerpo a cuerpo. Y no se piensen que no los devolví, y luego hice asaltos al ritmo que pude. Y esto pudo haber sido todo, pero no en el sentido de que se acabara la historia, sino que (exageración) me podría haber muerto. Me puse mal, realmente mal, con ganas de vomitar continuadas, un dolor de cabeza bastante cabrón, y un cansancio que me impedía hasta levantar los brazos.
El sábado empezó fatal, con bastante fiebre y dolor de cabeza. Logré comer algo, y por lo menos ni vomité ni tenía diarrea. Me mantuve despierta unas pocas horas e intenté seguir organizando algo de mi mudanza, pero en verdad acabé cayendo de nuevo en la cama entre dolores y temblores (temblores bajo un edredón a treinta grados). Y no voy a decir que fuera la peor enfermedad de mi vida, pero sí que me sentía muy mal y que afectaba a mi ánimo. Y nadie, en ese momento, se sentaba a mi lado, me llevaba un paracetamol o me decía “mi valiente guerrera”.
Bueno, vale, sé que más que valiente fui estúpida, pero estaba muy malita, ¿vale? Me habría venido bien escuchar tres palabras amables y recibir una caricia.
Desperté por la tarde todavía hecha una puñetera mierda, y me pasé el resto del día más o menos así. Cuando me acosté el dolor de cabeza estaba más controlado, pero aún tenía escalofríos. Esa noche sudé lo que quedaba de fiebre, y me desperté empapada, pero saludable. Una hora después estaba entrenando pesas, y cuando acabé, puse lavadoras (con sábanas también, por el sudor), aspiré, cociné, fregué y seguí organizando mi mudanza de mierda.
Ya estoy bien. No volverá a pasar, cyberjuez, he aprendido la lección, de verdad. No hace falta que me vuelva a enviar las plagas para castigarme.
Pero el rato que estuve muriéndome de asco, me lo estuve muriendo sola. Ya no tengo ninguna familia, y lo de las relaciones emocionales no se me daba bien ni fingiendo ser cis, así que no quiero decir cerrando el espectro a las personas que me pudieran aceptar como trans. Tengo amistades, claro, pero las amistades no se implican a este nivel, y es normal porque en el aborrecible universo cyberpunk 2023 todo el mundo vive apresuradamente y a sus problemas. Ni me molesté, para no verme humillada por una conversación como la siguiente exageración narrativa:
Valeria: “arg, me encuentro muy mal, ¿puedes venir ayudarme por favor?”.
Amiga: “Claro que sí, amor, ¿cuando?”
Valeria: “¿Cómo que cuando?”
Amiga: “Quieres decir, hoy.”
Valeria: “Sí, me encuentro muy mal hoy.”
Amiga: “Pues es que me pillas saliendo para el campo y este es el primer fin de semana en un mes que no me toca niños, así que me temo que no puedo. ¿Qué te parece mañana?”
Valeria: “Bueno, supongo que mañana segui…”
Amiga: “Ah, que me recuerdan que mañana ya lo había comprometido, que torpe por mi parte. Pero el lunes te llamo sin falta. Esta semana nos vemos, o a la siguiente a más tardar. Venga, encanto, mejórate.”
A despecho de que obviamente esto es una pequeña exageración, la realidad es que este tipo de soledad es algo a lo que mi camino me ha llevado, y que tengo que asumir. El día que no esté con unas fiebres fruto de mi inconsciencia, sino que me muera de verdad, no podré contar con nadie. Yo he cuidado de una persona enferma durante bastante tiempo, y sé el esfuerzo y dedicación que exige, y sé que nadie lo va a hacer por mí.
Por verle el lado positivo, queda demostrado que aún puedo correr veinte km bajo treinta grados en un tiempo majo, y luego pelearme cuerpo a cuerpo con espadas. Si alguien quiere contratar a una guerrera trans cyberpunk, mi espada está en alquiler. Pero la calidad no es barata.