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Guerrera trans cyberpunk con la ficha al cincuenta y uno por ciento

Hace cosa de medio año escribía una primera parte de este artículo que de una forma un poco optimista titulé “Guerrera cyberpunk con la ficha a medio hacer”. En realidad no quería expresar que llevara un cincuenta por ciento, pero tampoco proyecté escribir una segunda parte, así que no me preocupé demasiado por el espacio que dejara para las continuaciones. Ahora que he avanzado casi seis meses me doy cuenta de que dejar la ficha lista me va a llevar más tiempo del que pasivamente intuyera.

He entrado en una fase muy introspectiva, y puedo explicar algunos de los motivos, pero no todos. Para empezar, mi vehículo está sufriendo reparaciones, así que utilizo el transporte público para mis desplazamientos. Veo muy posible que esta situación se prolongue en el tiempo, porque me gasto demasiado dinero en llegar a mis clases de espada, y se me ocurren cosas mejores en las que echar los euros, como alimentarme. Además, hay pocas cosas más cyberpunk el transporte público.

También me toca darme ciertos paseos para comprar alimentos, y durante los mismos también tengo la ocasión de seguir pensando, que es una de las cosas que tengo que hacer para aceptar mi situación vital y avanzar con mi ficha para dejarla lista, cosa que no está. Pero eso no significa que no haya avances.

Creo que el más importante está en el camino de la aceptación en cuestión de identidad de género. Mi sensación es que en este sentido he pasado de forma discontínua (a veces volviendo hacia atrás) por tres fases bastante diferenciadas. Puedo llamar la primera “perdón por existir”, que se caracteriza por sentir que soy un engendro indigno del aire que respiro y del tiempo que me ha tocado vivir. En esta primera cada acción implica superar una altísima dosis de vergüenza, y evidentemente es muy agotadora.

En la segunda fase una parte de la vergüenza dejó lugar al miedo, pero no quería renunciar, así que voy a llamarla “es mi derecho”. En esta fase ya empecé a ir a todas partes con mi expresión de género, pero lo pasaba mal ante las miradas hostiles y algunos otros gestos o comentarios evidentemente despectivos.

Hay que señalar que este miedo no es del todo irracional. Las personas trans sufrimos una razonable cantidad de agresiones de tipo variado, y no me refiero únicamente a la violencia verbal, sino a las genuinas y peligrosas agresiones físicas de personas repugnantes. En la comprensión de esta situación, el transporte público me suponía una línea difícil de franquear, comparado con la relativa seguridad de mi cochecillo particular.

Pero una serie de ¿acontencimientos? han cambiado mi forma de percibirme, y adentrarme en otra fase con algo más de seguridad. Creo que voy a titularla “que tengan miedo ellos”, aunque en realidad mi actitud ha pasado a ser más indiferente que belicosa.

Voy ahondar un poco en esta idea. No voy desafiando a la gente ni creando un conflicto, pero tampoco hago lo posible por esconderme ni agacho la cabeza. Si alguien me pone cara de asco, yo le miro y enarco una ceja, o si estoy de humor, le sonrío explícitamente o hasta le tiro un beso al aire. Sin entrar en gestos violentos, sin desafiar a ninguna persona, solamente a las convenciones.

Quizá sea más interesante los acontecimientos que me han llevado a cambiar mi forma de percibirme. Supongo que todas las personas trans necesitamos un poco de autoajuste, o por lo menos yo lo necesité, y esto estuvo especialmente relacionado con mis brazos. Esto requiere explicación.

En mi primera fase la vergüenza era una parte fundamental, así que buscaba ser lo menos “engendro” que pudiera, y para esto intentaba eliminar en la medida de lo posible todos los elementos disfóricos. Mucho maquillaje, muchas pelucas… y tapaba mis brazos. No es que mis brazos sean demasiado voluminosos, más bien son fibrados, y si los vieras en una mujer nacida mujer, solamente dirías, “ah, es una deportista”. Pero en mí, pues son masculinos, así que los tapaba.

Voy a poner un ejemplo de un montaje que he querido hacer desde hace meses y del que esta solo sería una posible composición que no funciona porque la versión masculina está borrosa. En fin, sin más preámbulos… di “hola”, a los brazos de Valeria.



Y esto lleva a una curiosa diferencia que está relacionada con las miradas hostiles. Si yo llevo un vestido que tapa mis brazos, recibo miradas de desaprobación que se prolongan incómodamente en el tiempo (y que dan una cierta cantidad de disforia). Si por el contrario llevo los brazos al descubierto, las miradas pasan de la desaprobación al temor, y de ahí a la evasión muuuy rápidamente, y yo no me entero, y ya se sabe el dicho: “ojos que no ven, disforia que no sientes”. Es lo que yo llamo la paradoja disfórica de los brazos potentes. O sea, un elemento disfórico (mis brazos) me eliminan otro (las miradas hostiles). Es la monda.

Esto en verdad se relaciona con la práctica de la esgrima. No porque ahí se te pongan los brazos más fuertes, sino porque el promotor de redes sociales del mismo puso la siguiente foto en las redes sociales. Para mí fue muy chocante, porque alguien me señaló que era yo, pero mi cerebro no me reconocía… ¡porque yo tengo una dismorfia corporal más que patente!



Tampoco es que necesariamente esta percepción venga únicamente de esta foto, pero sin duda ha sido un desencadenante relevante que me ha llevado a poder usar el transporte público con confianza, y dar ese pequeño pasito. No es un gran avance para la humanidad, pero tampoco Neil Armostrong era trans.

En fin, quede aquí como registro para quien quiera leerlo, incluyendo la Valeria del futuro (hola, Val, ¿cómo va?) quien suele sacar utilidad de releer lo que pensaba en el pasado.