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El lento camino a mi suicidio

Esto va para largo, y me refiero al artículo. O sea, el camino es lento, pero tengo ya un buen trecho recorrido.

Tengo claro que no llevo bien esto de vivir en la distopía esta cyberpunk del siglo XXI. Bueno, dudo que haya demasiadas personas que lo lleven bien, pero pese a ello sí creo que hay algunas personas que pueden desarrollar una mejor tolerancia, como por ejemplo aquellas cuyos parientes sean ricos, o les hayan vaciado el cerebro hasta creer en alguna de las múltiples religiones que fermentan por ahí libremente.

Pero bueno, supongo que muchas personas partimos de una situación económica de precaria a moderada, y tenemos suficiente juicio crítico para no creer en la primera bobada que nos cuenten, o las que nos repitan durante años. Para muchas de estas personas, la capacidad de tomar decisiones está muy limitada por el torrente de vivencias ligadas a la situación familiar y social, por lo que muchas, para bien o para mal, llevan una vida que fluye por fuerzas inerciales que de vez en cuando se pueden orientar un poco, pero que normalmente no se pueden enderezar o girar gran cosa porque el peso de las decisiones tomadas en el pasado condiciona en gran medida las que podamos tomar en el futuro.

En el lento devenir de estas corrientes vitales, no hay demasiado espacio para el suicidio porque las cargas personales inhiben mucho este acto. Normalmente una persona no querrá hacer sufrir a sus padres, ni a su pareja, y ya no digo si tiene hijos o en general personas dependientes.

Una vez más, no es mi caso, porque mis parientes están muertos o han renegado de mí por el motivo que sea, lo cuál en realidad está bien. O sea, prefiero que quien sea me mande a la mierda a que me esté aguantando basándose en una consanguinidad que no ha elegido, o que me esté dando el pesado para que sea algo que no soy.

Así que, exenta de responsabilidades familiares, me veo en la obligación implícita de encontrar algo que hacer con mi tiempo. No pretendo señalar a una relevante búsqueda de sentido humano que escapa a las pretensiones de mi limitado conocimiento y que supongo que queda para personas mucho más capaces, con muchos más estudios, así que dentro de las limitaciones de mi capacidad de observación, intento entender qué narices hacer. Y aunque no sea una filósofa, sí tengo mi propia experiencia, particularmente en el entorno laboral en el que he sufrido, como cualquiera, el desagrado extremo de sentir que aquello que hago es una mierda cualquiera que simplemente sustenta una tuerquita cualquiera dentro del sistema, y que en realidad podría hacer girar cualquier otro simio, porque encaja dentro de las órdenes que han venido cayendo en cascada de la cadena de mando, en cuya cima hay un tipo tan patético como cualquiera al que he visto diciendo gilipolleces de un calibre autoparódico, pero que son las que importa, porque es el tipo que agita los billetes. Incluso aunque hubiese podido escalar toda esa montaña de diferencias sociales hasta él y señalarle la chorrada que está a punto de acometer, no importaría nada. No me habría escuchado, porque él es un glorioso hombre hecho a sí mismo, y yo una patética trans cualquiera.

De todas las formas imaginables -a mí se me ocurren muchas- para articular una sociedad, esta en la que vivimos se estructura por el dinero. Bueno, está claro que también hay leyes, pero con suficiente dinero no es descabellado saltarlas, y si son bastante importantes, con bastante dinero también es posible condicionar los partidos políticos que ejercen la autoridad legislativa, en cualquier lugar del planeta. Y esta estructura va reproduciéndose hacia abajo hasta el dócil consumidor, que cuando no está siendo consumido, está siendo él el consumidor, bien por necesidades para sí mismo o su familia, o si no, por placeres, bienes, o experiencias que en muchos casos no tienen por que representar una particularidad individual del sujeto, sino que son aquello que se hace porque muchos otros lo hacen, o simplemente porque es aquello que está a la vista como consecuencia de que departamentos de publicidad lo hayan convertido en visible frente a alternativas que resultan menos atractivas o que directamente son invisibles porque no están tan integradas dentro de esta estructura comercial.

Dentro de este aproximación exclusivamente mercantilista, aquello que no es productivo no tiene cabida, y ante esta establecida mecánica se han de sacrificar proyectos, personas, ecosistemas, y desde luego cualquier principio, aunque es posible que se disfrace de alguna de estas cosas porque no es difícil mentir a mucha gente todo el tiempo, en tanto que esta gente esté muy confundida y que las herramientas para mentir sean potentes, como es el caso.

Hace ya demasiado tiempo que todo el sistema ha hecho una pelota confusa entre lo que son objetivos y métodos para conseguir esos objetivos. La economía financiera -la de las bolsas- no necesita ninguna relación con la economía productiva para justificar movimientos de recursos muy superiores (o inferiores) a los relacionados con los bienes en sí mismos. Una persona que haga ejercicio no suele hacerlo para tener mejores capacidades o conservar su saludo, sino para resultar más atractiva y tener mayo valor psicosocial Una obra artística estará siempre condicionada desde su misma creación a la aceptación del público objetivo, y tendrá necesariamente una campaña de promoción que tendrá más recursos que la obra en sí. Los legisladores y gobernantes no buscarán el beneficio de los legislados o gobernados, sino conseguir suficiente apoyo para mantenerse en el poder.

De la ominosa confusión incluso moral que surge de esta megaestructura se puede tener a muchas personas que han dedicado la mayor parte de su tiempo a hacer algo totalmente irrelevante y vacuo, como era por ejemplo mi propio trabajo.

Un aspecto especialmente temible de esta confusión entre objetivos y métodos está relacionado con las tecnologías que la información, que han facilitado que esta visión mercantilista haya permeado a absolutamente todo. En el extremo más visible hoy en día, hasta las relaciones personales están sometidas a una valoración de beneficios en relación con la inversión siguiendo esta estructura que hemos aprendido mediante imitación del fenómeno de la publicidad y promoción. Y es algo que ejercemos porque también somos víctimas de este proceso a cada paso que damos, y que sin duda va a condicionar cómo actuamos en nuestra vida real, y específicamente dentro de las redes sociales, añadiendo más combustible a un incendio que no solo destruye lo que tiene a su alcance, sino que asfixia a los que están cerca y contamina a los que están lejos.

Hasta las guerras físicas actuales han cambiado la vieja propaganda por una dinámica de promoción de carácter mercantilista que desde luego se confunde con las ambiciones territoriales expansionista y comerciales de una élite que no sufre las consecuencias de dichas acciones bélicas. Estas consecuencias las sufren personas mucho más humildes y que en realidad no van a recibir un beneficio moral o material de los sacrificios que ocurran.

En toda esta confusión entre objetivos y medios se puede introducir fácilmente una lectura a la visión neulodita ejemplificada en tipos violentos y mediáticos como Ted Unabomber o (ejem) Luigi Mansion, según la cuál cualquier avance tecnológico acaba siendo más contraproducente con respecto al beneficio que iba a ocasionar inicialmente. Visto desde este punto de vista, no es la mejora tecnológica la que produce un perjuicio directo, sino sus aplicaciones comerciales, pues siempre va a haber un actor que sujeto al marco mercantilista va a crear una solución simple, eficaz y barata que no se aplique sobre un problema real (o quizá solo lo haga inicialmente), sino sobre una forma de obrar en general. Para ese iluminado está bien, porque le va a producir beneficios, pero para el conjunto de personas, es más combustible para el incendio que cada vez más difícil de frenar, orientar, y mucho menos detener, si es que existiera la voluntad de hacerlo.

Y todo el mundo siente que algo está realmente mal. Bueno, quizá no los que viven bajo la inmensa fortuna de papá, ni los que tienen una clara visión religiosa de que cuando se baje el telón, todo estará estupendamente porque era la divina y perfecta obra de un sobredimensionado director de juego que creó una partida la hostia de grande en la que a ti te tocó ser una mierda cualquiera. Pero ojo, que incluso esos pueden victimizarse, porque el sistema está tan mal, que sentirán miedo de perder lo que sienten que es legítimamente suyo.

Pero esa disonancia frecuente también es muy práctica, porque es canalizable fácilmente, o si se me apura, incluso fácilmente monetizable. Partimos de una sensación despertada de un problema estructural (estoy en peligro, no tengo un espacio en esta sociedad, soy vulnerable ante las leyes y un sistema judicial, me van a quitar mi casa…) ante la que cualquier actor oportunista va a ofrecer una solución simple, que casi siempre va a pasar por identificar a un enemigo: viene el facha (que yo no sé quién es), viene el woke (que tampoco sé quién es) o cualquier otro colectivo, y es tu enemigo, el que te somete a un peligro, el que te va a quitar lo que tienes.

Y aunque este posible enemigo sea inexistente o estadísticamente irrelevante, la irrefenable tendencia del sistema mercantilista acabará por darle forma concreta porque es muy conveniente y muy barato. Los partidos políticos quieren satisfacer estos miedos, porque es una medida que satisface a su electorado de forma barata: no hace falta que las medidas estén sustentadas por recursos reales, sino que simplemente reflejen que los temores de la gente estén fundados, lo que a su veces generará una respuesta desproporcionada por la otra parte, dando forma finalmente al colectivo que inicialmente no existía o era estadísticamente irrelevante.

En mi humilde opinión, tragar con estos temores exige un poco de ingenuidad y vivir con la cabeza realmente metida en una caja de resonancia, ingredientes que ocurren de forma natural por la exposición a un sistema en el que el tiempo libre está muy ocupado por el optimizado fenómeno de las redes sociales, que han encontrado la forma de decirle a cada persona lo que quiere oír mientras fomenta su consumo dócil y le sigue vendiendo ese miedo como uno más de los artículos a su disposición.

Yo soy una persona trans a la que le intentan vender mucho de esto. Y desde luego yo no pretendo decir que no existan personas que puedan realizar agresiones violentas que de hecho ocurren, o que no haya un movimiento que pueda dar al traste con derechos que yo no disfruto, pero desde luego lo que no hago es comprar el pack del miedo. Creo que hay una persona que en este sentido tendría que darme más miedo que todas las demás, y soy yo misma, que seguramente sea la que acabe con mi vida dentro de no mucho, que es lo que venía a tratar en el artículo. Pero en cualquier caso, estoy totalmente fuera del incendio. Yo no miro redes sociales, no compro más que alimentos muy básicos, no tengo posición política, no consumo prácticamente relaciones personales, y casi no hago nada. Bueno, quizá en el pasado sí que tenía ciertas ambiciones de ocio, pero en la actualidad todo esto está tremendamente limitado a cosas tan pequeñas y residuales que prácticamente no aporto nada al sistema este de mercadeo.

Así que un día me senté en una silla vieja, miré al mundo, y pensé, ¿qué me ofrece? Bueno, está claro que tengo algunas amistades, pero no llegan ni de lejos al grado de responsabilidades, y no creo que mi falta provoque demasiado vacío en sus vidas. No me gusta viajar porque allá donde voy está lleno de humanos haciendo bobadas, y en realidad no se me ocurre una experiencia, vivencia u objeto que me aporte nada sobre lo que ya he vivido o usado.

En verdad, siendo sincera, creo que estoy viva por suerte. Y no me refiero al improbable microevento circunstancial de mi concepción en el planeta tierra, sino a el número de veces que he esquivado la muerte por pura potra, y que me han hecho detenerme unos segundos a mirar atrás y me hanm hecho pensar: “hostia, que he sobrevivido por suerte”. Ahora mismo en verdad no siento que se haya ganado gran cosa de esta suerte, y que habría tenido que palmar en alguna pelea o evento desafortunado que me hubiera ahorrado todo este tedio, y que hubiera dejado los recursos que consumo divididos entre las personas que sí tienen algún interés en hacer algo, aunque fuera comprar ropa de mierda, un móvil nuevo o el último éxito de serie que a mí me aburre.

Pero desde luego yo no tengo apenas interés en seguir con vida en esta existencia, porque no le veo nada. Claro que sigo con vida circunstancialmente, pero un poco siguiendo la inercia existencial a que a otros les lleva a no defraudar a sus padres, ni a su pareja, y a sustentar a sus hijos, solo que yo no tengo nada de eso. Y desde la curiosidad de la disociación de personalidad, he abandonado prácticamente todo drama relacionado con la ausencia de mi vida, porque al principio esto me daba cierto pánico.

Para mí, acostumbrarme a esto ha sido parte de un proceso continuado, en el que he trabajado, por una parte, en la observación del mundo exterior, cerciorándome de que realmente nada me interesaba, y por otra, en la proyección del interior del acto de mi suicidio, haciéndome muy consciente del proceso elegido, del dolor físico que me va a causar, y del efecto que va a tener en provocar el final de mi existencia, tanto en mí como en otras personas. Suelo pensar un rato cada día en alojar estas variables en mi interior, así que cada vez me resulten cognitivamente menos disonantes.

Es el lento camino hacia mi suicidio, del que ya he recorrido un buen trecho. Lo que me quede aún, yo misma no lo sé, porque quizá algún día me levante y sienta que finalmente todos los aspectos de mi vida están ya cerrados del todo, incluyendo algunos artículos como este, con los créditos de mi vida y algunas gilipolleces más.