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Cyberansia viva

El síndrome del ansia viva

Dentro de la burbuja en la que vivimos las personas con recursos económicos aceptables para una vida cómoda, a su vez incluida en la burbuja de los lugares relativamente seguros del mundo, no tenemos una gran preocupación por proveernos agua, alimentos, calor o seguridad, sino que en su lugar luchamos por tener unos ingresos económicos con los que poder suplir las citadas necesidades.

Como quiera que normalmente estas necesidades básicas no van a ocupar todo nuestro sueldo, nos queda una fracción que podemos ahorrar por si surge un imprevisto, o gastarlo de forma ávida en ocio que llene un poco nuestras grises vidas.

No sé, supongo que si estuviera agachando la cabeza en una trinchera, o sufriendo para poder cazar algo que llevarme a la boca, mi preocupación no sería mi siguiente sesión de láser para eliminarme la barba, y cosas como mi identidad de género pasarían o ocupar un lugar inferior en mi cerebro. O quizá aceptaría mi irrelevancia igual que ahora y mi preocupación sería la misma, qué se yo.

Toda esta verborrea innecesaria viene a cuento, en realidad, para establecer el ámbito simplemente en el ocio occidental, y establecer que todo el vocabulario que utilice durante el resto del artículo tiene este contexto, y evidentemente no pretende aplicarse fuera de él. Hacia el final se verá por qué me tomo esfuerzos en aclararlo.

El caso es que con el paso de los años vengo observando que la tendencia con consumo lleva asociada una pelea por acceder a estos recursos de ocio de forma limitada. Mi primera experiencia con el “síndrome del F5” vino en relación con unas conocidas jornadas de rol en las que el orden de llegara era clave para conseguir una plaza. Pero esto no es algo que pille a nadie de nuevas. Ya sea por plazas hoteleras, de viajes, de roles en vivo, entradas de conciertos, o bienes físicos se produce un síndrome de ansia viva en la que las personas con recursos peleamos por poder acceder a nuestra porción deseada de recurso limitado.

Yo tengo actualmente dos situaciones en las que participo en esta pelea. La primera se da por las plazas de acceso a mis clases de esgrima medieval, para las que tengo que ser rápida. No es una lucha encarnizada, pero si se me pasa un día, pierdo mi sitio, a veces incluso pagado. Por fortuna puedo remediar esto con alarmas de móvil muy oportunamente colocadas, pero vaya, no me gusta. De hecho muy pronto lo hará un bot por mí.

El ejemplo más patente ha sido el de la caja de décima edición de Warhammer 40.000 “Leviatán”. Para el que no lo sepa, las cajas de entrada de edición tienen un precio “bueno” para lo que suele ser Games Workshop, a coste de tener que comprar miniaturas de dos facciones. En novena edición fueron marines y necrones, así que o jugabas necrones, o te decidías a empezar, o encontrabas algún amigo que la pillara a medias, o los vendías. La caja fue muy chula, y hubo que estar con cierta atención para hacerse con ella, allá por la pandemia. Lo recuerdo bien.

Esta nueva caja incluye marines y tiránidos, dos ejércitos que yo juego, y para colmo incluye un dreadnought y un asesino aullante, dos unidades que me motivan mucho. Así que… nada, me preparé el día de la preventa para hacerme con las unidades de mis triviales sueños warhammeros, con la incomodidad adicional de que el mismo día a la misma hora tenía una sesión extraordinaria de esgrima medieval.

Bueno, pues la experiencia fue peor de lo que esperaba. La mayor parte de tiendas ni llegaron a ponerla en stock porque ya habrían apalabrado sus unidades de antemano. La tienda a la que más compro directamente quedó sin servicio por el aluvión de peticiones, y cuando se reaunudó, lo hizo a velocidad lamentable. Yo conseguí las mías in extremis, incluyendo varios fallos en el sistema de pago que luego hubo que reclamar. Me perdí la mitad del evento de esgrima medieval.

No pretendo detenerme mucho en señalar factores cuyo análisis escapa a mi control. Es evidente que existe la especulación, y no hay más que visitar el mercado de segunda mano para ser consciente. Se podrían derramar ríos de tinta (y se habrá hecho) sobre la gestión comercial de las expectativas del cliente (“hype”) y la forma en la que se nos incita a consumir. Casi me interesa más la forma en la que se consume de forma voraz artículos que quizá luego pasen a estar durante años en un cajón, o que incluso nunca lleguemos a disfrutar. No es mi caso, pero sé que ocurre.

Lo que sí quiero destacar y puedo observar como una parte más del consumismo voraz, son las consecuencias simples para la personita de a pie. Porque lo que subyace al final de todo esto es una competencia absurda por recursos que no son suficientes para la demanda, ya sean entradas de conciertos, plazas hoteleras, miniaturas de warhammer, o personajes de roles en vivo.

Para mí esto es muy cyberpunk. Bueno, quizá tenga un antecedente un poco clásico y rancio en las señoras que se atropellaban peligrosamente en las rebajas del corte inglés de febrero, y que salían cada año empujándose a codazos y quitándose las prendas de ropa con descuento de las manos.

Pero como quiera que los tiempos han cambiado y esas señoras que asustaban a cajeras y miembros de seguridad por igual han dejado lugar a la pulsación desenfrenada de F5, toda la situación se vuelve delirantemente cyberpunk, y las unidades de lo que sea vuelan, y sea cual sea el ámbito en el que te muevas, hay reventa de segunda mano, comentarios de lo afortunado que es nosequién, o de que tal otro tuvo mala suerte porque su madre se rompió una pierna.

A esta guerrera trans cyberpunk no le gusta ser parte de toda esa agonía de ansia viva. A ver, sé que es una trivialidad, porque en realidad no le debe gustar a nadie, pero es que yo realmente hago esfuerzos por escapar a toda la barbarie de alocada prisa en la que se convierte la vida de la persona occidental. Mire todos estos vídeos de mierda de esta red social, y esta noticia clickbait que no dice nada. Consuma nuestro contenido físico, pero márchese rápido que tiene que entrar la siguiente consumidora.

Yo hago esfuerzos de verdad por evitar esa vorágine de locura, y escapo a la mayor parte de sus perniciosos influjos. Aspiro a recuperar, gracias a ello, una buena parte de mi capacidad de concentración con la que acometer algunas tareas interesantes. Y tengo que renunciar a cosas que me gustaban porque el grado en el que se han contaminado es ya tan grande, que supera al beneficio del disfrute original.

Tiendo a pensar que cosas como la práctica de la esgrima medieval, que exige un compromiso físico y una constancia, o el warhammer, que exige mucho tiempo y cierta concentración, no entran dentro de la categoría de ámbitos gobernados por el ansia viva del consumismo inmediato, pero hasta estas actividades reciben una buena parte que tienes que gestionar de una forma consciente si no quieres que te perjudique.

Nótese que otras actividades que a mí me gustan las tengo perfectamente controladas, y que mi tendencia es la de vivir una vida más tranquila, mucho más pausada y en la que consiga alcanzar un relativo equilibrio en el que pueda centrarme de forma absoluta en las actividades que realice en cada momento, y no en los estímulos que me proyecte el entorno.

Pero incluso si estas actividades se vieran totalmente contaminadas por la gestión del ansia viva, entonces me tendría que pensar el dejarlas, o al menos mutar la forma en la que obro con respecto a ellas. El caso del warhammer empieza a estar cerca.

Tiendo a pensar, no obstante, que esta lucha por los recursos es una parte fundamental y consustancial de ser una persona humana en sociedad, y por ello me retrotraigo a esa artificiosamente larga introducción en la que hablaba de otros entornos en los que la lucha no es por recursos superfluos, sino por la comida, el agua o la energía, bienes de primera necesidad cuya obtención en verdad podríamos vernos combatiendo no dentro de tanto tiempo.

No pretendo vender a nadie mi cuento de cómo esto afecta no a la sociedad al completo, sino a cada uno de los individuos, en la cuantía en la que se vuelve un consumidor ansioso, sino simplemente a dejar constancia de que yo tomo muchas medidas para evitar este incómodo influjo. Y que si bien entro en el juego de consumir bienes de ocio, tengo la capacidad mental de renunciar a ellos en cualquier momento, y prepararme para que no tener que dar gracias por el privilegio (el puesto en la cola, ojo) de poder gastar cincuenta euros en tres trozos de plástico, sino por contar con agua y comida.

Espero haber acumulado suficiente pintalabios negro para entonces.